viernes, 23 de marzo de 2018

Artillería gráfica


Ayer fue un día particular, después de toda una mañana combatiendo todas las soluciones gráficas de un encargo pude escaparme, in extremis, a Madrid, pasar a tomarme un café en el Secuestrador de Besos, colarme en Traficantes de sueños donde Inventa Editores hacía una presentación del último libro del activista gráfico Malagón, que podréis conocer de el Jueves, Marca, El País o Tiempo. A su lado, para repartir opinión sobre el peso que recae en los hombros del humorista gráfico, Eneko. Recuerdo cuando empecé a estudiar, hace unos añitos ya, que cada mañana de camino a la facultad me asaltaban in fraganti, con premeditación y alevosía, tres repartidores de prensa en la misma esquina del portal donde vivía, donde no tenía escapatoria, y que terminaba con tres periódicos gratuitos debajo del brazo, el 20 minutos, el Metro y otro del que ni me acuerdo el nombre.

Por aquel entonces no tenía reparos en decir que estos periódicos eran de un sensacionalismo tan explosivo que termine por llamarlos “terrorismo informativo”, como si los demás de pago no lo fueran, claro, pero aún era joven y resistente. Tengo que reconocer que con el tiempo me fui quedando con el 20 minutos, del que tan solo leía el horóscopo y la tira cómica de Eneko cuyos mensajes me parecían ecos roncos en un pozo ciego. Luego seguí a Eneko por el jueves, interviú (juro que solo la compraba por las tiras de Eneko, por supuesto XD) y de ahí empecé a crear un gusto críptico por el género del humor gráfico que también se nutría del todopoderoso Forges, de las historias fermosas de Fer, del Ángel Sefija de Mauro Entrialgo, un Roto para un descosido o finalmente un Malagón en Estado Crítico.

Y en un Estado Crítico se presentó este libro de Malagón, con la compañía de Eneko y la moderación de Inventa editores, que no solo me regaló este libro sino que me invitó a asistir a una velada llena de anécdotas sobre las tripas del humor gráfico, sobre las líneas rojas de la censura y sobre la vida solitaria del dibujante gracias a la cual el resto de dibujantes, que allí estábamos, nos sentimos un poco más acompañados.

Una labor, la del dibujante, plagada de escaleras de Escher que no se sabe a dónde llevan, reflujos de subida y de bajada, una vida de incertidumbres pegadas a una silla y finalmente un sentimiento de desnudo ante el mundo cada vez que sueltas una opinión que puede ser fogueo o bomba. Al final esta velada acabó donde acaban todas las grandes discusiones. En un bar.

Perdón que hoy no dibuje, mejor cedo el honor a Eneko y Malagón.



jueves, 22 de marzo de 2018

Un poquito de sal y... Pimienta



Maestro Díaz Pimienta, ayer tuve la suerte inmensa de disfrutar, casi por azar, de su sesión de repentismo, de su duelo de gallos sin rival, y sobre todo de sus tremendos malabares con el verso. Yo, como tú, paso frío en Guadalajara pues soy también de sangre caliente, del sur del sur, de La Habana europea, cuna también de poetas y truhanes.

Y también nací poeta, se lleva en el adn, y curiosamente soy repentista, pero no de la dialéctica, sino de la visual y gráfica, nací con un boli bic debajo del brazo y la búsqueda constante de un lenguaje que nada se parezca a lo que ya sé. Es por eso que dibujar junto a usted, a la velocidad del pensamiento, se convierta, de aquí en delante de un reto importante en mi aún pronta trayectoria.

Es por ello que ayer, aterrorizado, cerré mi libreta, me sumergí en las sombras, y llegué a casa bombeando una derrota, de esas que hacen daño, de esas que te destrozan, pero que dejan una semilla negra que brotará, mañana, pasado, dentro de una década…para entonces, Maestro, quiero que esté preparado.

Así como soy de sangre caliente, soy de verso libre, de prosa poética de las que atan palabras a la boca hasta que tiran del corazón, pero cuando veo una demostración, como la que ayer diste, a ver quién es el guapo que se resiste a escribir hoy una décima, si estima en algo la vida. Así pues, Maestro, aquí lleva en décimas, en su lenguaje, el homenaje que le dedico.


Como genio repentista
quiero arrodillarme a sus pies,
quiero sentir a flor de piel
lo que sienten los artistas,
cuando salen a la pista
los iluminan los focos,
hasta le brillan los ojos
y yo sentado en mi butaca
dejo llegar sus palabras
y las dibujo con gozo

Y las dibujo con gozo
porque es lo que mejor hago,
aunque me cueste trabajo
hay que arrastrarse en el lodo
para encontrar algo precioso
que yo, repentista visual
intento trasmitirlo igual
sin pretender modificarlo,
aunque de cuando en cuando
dejo a mi corazón actuar.

Dejo a mi corazón actuar
con palabras que recibo,
y es por ello que le escribo
sin intención de molestar
que entre poetas sin piedad
es darle un trago de vino,
desearle un buen destino
lejos del frío invernal
y nos volvamos a encontrar
otra vez en el camino.

otra vez en el camino
más bien tirando al sur del sur
un jardín que tenga más luz
y los poetas sean divinos.
Es de allí de donde vino
un buen día este plebeyo
Con un collar en el cuello
y sus sueños por bandera
sin saber lo que le espera
para perseguir sus deseos.

De gaditano a cubano,
de aprendiz a Maestro,
no se trata de un secuestro
aunque le tiendo la mano
a un duelo entre hermanos,
del malecón a la playa
del papel a la palabra
hasta dibujar cada verso
y en sus poemas el reverso
de lo que mis ojos captan…









lunes, 12 de marzo de 2018

El lenguaje de las Flores


Con este texto gané el Certamen de Relatos sobre la Mujer organizado por la Delegación de Igualdad y Asuntos Sociales del Ayuntamiento de San Roque. No me cansaré de agradecer a los organizadores la atención recibida y que hayan valorado este texto, por otro lado tan especial para mí, para ser merecedor del primer premio.

Dicen que el escritor nace cuando tiene algo que contar, pero no se convierte hasta que no encuentra la manera de contarlo. Este texto lleva muchos años escondido en mi mente y salió en el momento oportuno. Me atrevería a decir que es lo más emocional que he escrito porque se me hace un nudo en la garganta cuando empiezo a leerlo que no termina hasta que acabo, en una catarsis en forma de bomba de calor en el pecho.

Pude comprobar en la presentación que su lectura provocó el clima apropiado para ver ojos brillantes y signos de agradecimiento. Alea iacta est, he atravesado el sendero florido de mi propia superación literaria, con un texto que, aunque es ficticio, cuelga de las paredes de la historia de mi abuela, homenajea a mi madre y sienta las bases de la columna vertebral de mi familia.

Este relato centra un punto de partida de nuevos relatos por venir, de más palabras por labrar. Os dejo, a la luz de mis palabras, con el lenguaje de las Flores que no necesita más explicación porque se explica por sí mismo:

El lenguaje de las Flores

Hoy me disfrazo de recuerdo, sin ficciones ni alardes de eternidad, para desplegar a modo de sustento un panegírico que desarrolla la historia del lenguaje de las Flores.

Desde tiempos inmemoriales a nuestros días, la mujer ha disfrutado de un sistema de comunicación único como es la facultad de leer en las hojas de los árboles como si fueran un libro abierto. De las ramas amarillas de los sauces leían las penas y pesares, de los altos pinos extraían los susurros de la muerte, y de los rosales y sus espinas los romances y el mal de amores. Todo un código vedado que se disfrutaba junto a las hogueras a la luz de la luna en las noches de fuego y plata de las moragas de San Juan.

Reuniones, algunos ilusos lo llamaban aquelarres, donde el conocimiento fluía de boca en boca, de madres a hijas, para perpetuar un conocimiento ancestral y mistérico que ningún botánico ni mago ha logrado descifrar y que las discípulas de Gea han conseguido dejar grabado, para usufructo de la humanidad, en las paredes del tiempo.

Un lenguaje que transporta a siglos de reinos de taifas, alquimia hermética y cábala judía. Tiempos oscuros de grandes conocimientos encerrados en las semillas del miedo a lo desconocido y que las mujeres han sabido preservar tan bien hasta nuestros días no solo para comunicar, sino para curar, para aliviar y satisfacer. Un perfume con el que dejarse embriagar por sus historias, su olor y su poder dormido en las agudas nieblas del sueño.

Si hay algo en la vida de lo que pueda considerarme afortunado es de conocer desde mi cuna el lenguaje de las Flores. Desde mi más tierna infancia mi abuela me regó con las caricias constantes de unas manos eternas llenas de surcos y pobladas de cariño, unas manos nervudas y pecosas que hacían como nadie al arroz con leche y se posaban en las mías como mariposas monarcas una tarde de primavera.

Mi abuela Pepa, de apellido Flores, fue la primera de mi jardín. Quizás porque las horas de trabajo de mi segunda flor, mi madre, me permitían pasar muchas horas junto a ella aprendiendo del vuelo de las aves o del arte de conversar junto al fuego una tarde cualquiera de invierno. Sin embargo no puedo decir que mi madre no fuera consciente de su falta y que sufriera todas esas ausencias mientras arreglaba los brotes de flor de otros, regaba con guisos los paladares más selectos y volvía a casa con quemaduras en las manos y dolor de cuello.

Yo la esperaba con ansia para contarle mis aventuras gráficas, una suerte de monigotes que poblaban con horror vacui las hojas de mi libreta de cuadros, y que los ojos de mi madre, con una sonrisa franca pero gastada, intentaban encontrar sentido. Entonces  llegaba mi abuela, café de pucherete en mano, para cubrir a su flor con un manto de ternura y terminábamos la tarde acurrucados junto al fuego viendo un viejo televisor donde, con aire de maledicencia, se sucedían noticias catastróficas que veíamos como ciencia ficción de otro jardín que en nada se parecía al suelo verde que pisábamos y a nuestra arena blanca dorada por el sol.

Al calor del fuego se desgranaban recuerdos de yunteros y buhoneros, de hombres de cara tiznada por hogueras de carbón y fuegos de moraga junto a la playa. Y yo pintaba un mundo donde “la chiquita piconera” de Julio Romero de Torres reinaba sobre todas las miradas del salón y las flores eran el único lenguaje alternativo a la guerra.

Un poco más tarde venía mi tercera flor, tita Luisa, acompañada de mi prima, la flor viajera. Mi tía es mi madrina y una hábil tejedora de todo tipo de prendas, desde chalecos y bufandas,  hasta patucos o gorros, con la misma habilidad que tejía historias e inventaba palabras.

Inventar palabras era el auténtico placer oculto de las flores de mi familia. Participaban todas de conversaciones donde el foráneo naufragaba en el entendimiento de un vocabulario sacado de las raíces, de las entrañas de la tierra y que afortunadamente yo, pequeño botánico, pude comprender en tardes de tertulia y de diseccionado aprendizaje.

Atrás quedaron las leyendas de ninfas, musas y otros espíritus igual de femeninos que salvajes, así la historia trajo vientos de repuntes en mujeres visionarias, que lucharon por inmortalizar sus huellas en los engranajes del destino.

Hoy, que puedo definirme como  un eslabón paralelo de la cadena de esta estirpe legendaria conocedora del lenguaje de las Flores, quiero apuntar la parte de la historia que más cerca me toca, la de mi abuela Pepa que se ganó a pulso las palabras que hoy quiero dedicarle.

Pepa se crió cerca de Jarandilla, y vivió casi toda su vida dedicada a las labores del campo y de la casa, fue madre de tres niñas, una de ellas mi madre que perpetuó la estirpe de Flores en una sangre que se diluía hasta desaparecer en los apellidos de mis primas y mi hermana, vilipendiados por una sociedad patriarcal y condenado a la extinción.

Pero la sangre de Pepa dejó grandes secretos en la educación de mi tía, en el uso del tomillo para purificar y de la uña de gato para proteger, en la salvia para atraer y la lavanda para enmascarar la podredumbre del alma. No tuvo una vida fácil, nómada de aquí para allá en busca de un futuro estable que no se dio, pero que no le impidió envejecer contando sus historias de hambre saciado con sonrisas y el alegre canturreo de una coplilla llamada libertad.

Sus recuerdos ya no son más que un puñado de arena entre mis dedos. Aunque siempre me sentiré emocionado por llevar su sangre y sus secretos por bandera. ¿Quién conoció a Pepa Flores? La que sanó las fiebres de media comunidad a base de emplastos durante las noches de invierno en que los débiles creían morir, la que portaba agua, cada día, de la Fuente Vieja, para refrescar el gaznate de los sedientos que picaban piedras en el pantano durante horas a pleno sol.

Mi tía heredó la alquimia de la mirada hacia los demás, el lenguaje figurado, la palabra necesaria para calmar a los desorientados. Y de su aprendizaje nació mi prima, que en tiempos modernos le tocó ser una de esas flores que tuvo que probar suerte fuera del jardín, asediadas por la escasez y la falta de oportunidades pero que años después volvió para plantar la semilla en el mismo lugar que todas las Flores anteriores, y su semilla se volvió fuerte gracias al nombre que le dio. Abril. El mes de las flores.

Hoy busco en los bucles rubios de Abril los secretos inconfesables del lenguaje de las Flores. En sus manos blancas descubro las pecas de sabiduría de Pepa, en cada mirada el reconocimiento de su estirpe mientras vienen a mí, atraídas por el viento de levante, unas palabras que me cuentan donde se esconden las hojas que narran el secreto de su nombre.  Unos tiempos en los que la sombra del hombre se vuelve obtusa y dentada, como retrocediendo a épocas de cavernas y manadas salvajes, en la que poetas y artistas han sucumbido al destierro de los grandes círculos sustituidos por la ceguera de un balón, los colmillos del dinero y una feroz cortina mecánica de progreso, creando una sombra de lo que alguna vez fueron.

Como dirían las Flores– “Hoy estamos en tiempo de crisantemos así que hay que aguantar con lo que tenemos, y esperar la época de los tulipanes que vengan cargados de bondades”.

Así es, a fin de cuentas, la manera de hacer que el conocimiento se convierta en historia, y la historia continúe, porque solo a través de la continuidad podremos conseguir que la mujer siga siendo la conexión con la naturaleza, la memoria de los ancestros, generadoras de vida y guardianas del lenguaje.





Cicatrices


El día 8 de marzo tuve la suerte de ser invitado a recitar mi poesía llamada Cicatrices, en defensa del segundo premio de poesía del Certamen de Poesías para la Mujer que celebra anualmente la Delegación de Igualdad y Asuntos Sociales del Ayuntamiento de San Roque. Una gran iniciativa porque es defender un problema social dándole a la Cultura la importancia que se merece, que es usándola como herramienta de reflexión y arma arrojadiza para cambiar pensamientos.

En un día donde la importancia radicaba en el discurso de igualdad, me sumé como voz masculina homenajeando y pidiendo que en este trance se sumen voces masculinas que apoyen y defiendan el mismo mensaje, sin ningún tipo de reserva, en un terreno donde aún queda mucho que abonar.
Yo quise agradecer mi premio a las dos inspiradoras de esta poesía, dos mujeres, amigas, luchadoras.

La primera me pidió ayuda con una titánica y noble empresa que era grabar un video para un congreso sobre el cáncer de mama. Cuando me enseñó lo que había grabado, las imágenes, la idea integradora, no pude menos que emocionarme. Como tratar un tema tan delicado con una sensibilidad a prueba de críticas y que se extendió rápidamente por las redes. Si aún no lo viste incluiré el enlace al final de este escrito.

Pero antes quiero agradecer la segunda musa de la tarde, que tuvo a bien de contarme sus problemas emocionales a la hora de encontrar la persona idónea para compartir su vida, y los varapalos que se había llevado en la dura tarea de pretender ser feliz.

Esta secuencia llenó mis versos de múltiples sentidos, de eternas respuestas de apoyo, de consejo, de rabia y frustración y de esa manera fraguó mi poesía como espejo de todos aquellos que sufren el dolor de esas heridas, por dentro y por fuera y que algún día cerrarán y se volverán recuerdos distantes de un tiempo pasado que no pudo ser mejor.

 Cicatrices

¡No caigas!
Déjate mecer por los brazos de Morfeo,
por las estrofas de este viejo libro
olvidado en la mesilla,
por el rosario de dudas que urden un
misterio
en el laberinto de tus miedos.

No insistas,
Los imposibles son caminos de ida
y vuelta,
así que guarda abrazos para el
regreso
y recauda sonrisas mientras puedas
sostener tu paso sin demoras.


No esperes,
nadie más que tú va a acudir a tu
rescate
y la esperanza volverá diluida
en pequeños recuerdos
como antorchas encendidas.

No cedas,
cada centímetro de tu cuerpo es un
campo
que el sol acaricia todo el día
y no merece ser ajado
por las inclemencias del descuido.

No te dejes,
o estarás, una vez más,
al fondo del mismo túnel
con ruido de viejas batallas
y la guadaña arañando
segundos en el reloj.

No temas,
las cicatrices del pasado están para
recordar
lo que hicimos por esos otros
que hoy gritan en nuestras cabezas.

No los oigas,
son pespuntes de antiguas culpas
que se remueven en sus tumbas
buscando un nuevo asilo
donde echar raíces nuevas.

No dudes,
sigue adelante labrando tierras
donde otros no hayan
sembrado,
encontrando los senderos arcanos
de tu propia trascendencia.

No ataques,
la ira no es más que un jirón de
niebla
que encenderá fuegos en corazones débiles
y se estrellará finalmente
contra puños de acero.

No aceptes,
el amor de corazones saltimbanquis
que dejaron un reguero de flores
marchitas a su paso,
escondidos tras una vieja máscara
de carnavales ya olvidados.

No repitas,
NO es NO, y es la espada más bastarda
que puede encontrarse un cobarde,
ocultando sus intenciones
en la antesala del amor.

Por último,
no declames estos versos
si no vas a quitar el velo de tus ojos,
si vas a volver al eterno cautiverio
del pan para hoy y el hambre para mañana…

Si no vas a dejar que crezcan alas en tus cicatrices


Fernando Jiménez