domingo, 31 de diciembre de 2017

No voy a desearte un feliz año nuevo

No voy a desearte este año un feliz año nuevo, porque eso sería poner mis palabras al servicio de la hipocresía y devaluar la felicidad hasta el ínfimo estado de concentrar en un puñado de días, a modo de aleph, todo el esfuerzo, los éxitos, las derrotas, las pérdidas, los dolores y todo tipo de frustraciones de todo un año disfrazadas de sonrisas congeladas.

Todas esas experiencias que convirtieron las sensaciones de todo el año en un grueso manto blanco sobre el que escribir con tinta roja lo que ha de venir el próximo, escondido en cada esquina de un futuro llamado incertidumbre.

No pretendo con ello sonar a trompetas de epitafio, sino colgar una guadaña de tutela sobre la puerta  de nuestros futuros deseos. Porque con cada uno de nosotros se enciende una estrella de esa sombra oscura tejida por la diosa Nix. Cada uno mira a su estrella, tomando como propio solo el brillo de su constelación, olvidando que lo más importante es ver toda la vía láctea como un sendero de personas que están puestas ahí  para llevarnos hacia la eternidad.

Es por ello que quiero hacer epílogo a este año pensando en que mi estrella titila, en que mi constelación se tambalea, pero que en mi órbita por ese cielo que formáis todos me sigo sintiendo una estrella fugaz y afortunada.



domingo, 19 de noviembre de 2017

Con una boca prestada

Ayer se presentó en mi pueblo el diseño de un desplegable que cuenta la historia de su milenario castillo, un lugar que recuerdo y describo de esta manera:

“Desde la Prehistoria a nuestros días, nunca el hombre disfrutó de un paisaje único como el que se contempla desde lo alto del Castillo de Castellar. Desde este balcón hacia el Estrecho tus ojos pueden disfrutar de la visión simultánea de las dos Estelas de Heracles, o Columnas de Hércules, que conforman el Yebel Tarik (Peñón de Gibraltar) y el Yebel Musa como puertas donde confluyen el mar Mediterráneo y el océano Atlántico así como los continentes  de Europa y África.

Un castillo que te transporta a siglos de batalla, de reino de taifas y corte nazarí, de leyendas de asedios, de califas y almorávides. Pero si seguimos viajando hacia atrás por los dedos del tiempo podremos llegar a una calzada de piedra que habla de legiones romanas, de Carteia y Corduba y así podemos seguir campo a través buscando leyendas de Tartessos o tumbas antropomorfas y abrigos donde se pueden encontrar vestigios de los primeros moradores de nuestra civilización.

Un castillo no solo para visitar por fuera, sino para visitar por dentro. Para dejarse embriagar por sus siglos de historias intra muros, de sus batallas por mantener uno de los bastiones más importantes para control del Estrecho de Gibraltar y finalmente por lo que es hoy en día, un pueblito de casas encaladas donde artesanos y artistas viven para dar forma a sus sueños.”



Hoy, que puedo hablar con una boca prestada, me gustaría recordar brevemente a los lectores una parte de la historia de nuestro pueblo que también me hubiera gustado incluir en este desplegable.

Es la historia de mis abuelos, que se ganaron a pulso todas las palabras que pueda dedicarles.

Actualmente le debemos mucho al pantano, pero pocos saben de primera mano cuanto sudor y sangre costó su construcción. En esas obras estuvo a punto de morir sepultado, por un desprendimiento de rocas, mi abuelo Fernando. Eso, afortunadamente, no le impidió envejecer contándome sus historias de hambre en la posguerra y de cómo levantó su casa en Jarandilla con sus propias manos. Yo entonces no era más que un crío y sus recuerdos ya no son más que un puñado de arena entre mis manos. Aunque siempre me sentiré orgulloso de que colaboró en hacer algo muy grande para el pueblo.

¿Y quién no conoce a Jiménez? El que levantó su negocio en los Castillejos alimentando esas manos que construyeron el embalse. El que compró uno de los primeros coches del pueblo, un Land Rover que sonaba como una fábrica de tornillos pero que transportó arriba y abajo a muchos vecinos del pueblo y siempre volvía cargado de recados para unos y otros.

Mi padre heredó el coche y el ánimo para servir a sus vecinos. Y no se quedó solo en eso. Evolucionó. Decidió irse, aprender y luego volver. Y usó su aprendizaje para ayudar al pueblo desde el Ayuntamiento cuando pocos querían esa carga. Y cuando nadie quería mirar al castillo, él levantó la vista y dedicó su tiempo y su esfuerzo por buscar presupuestos, cuando no los había, para restaurar lo que parecía ya olvidado.

Y mientras mis padres luchaban también por educarme, aprendí a leer en los ojos de mi madre la frustración de una guerra llamada política, por las continuas críticas de los que no hacían nada y lo querían todo. Sin embargo, a mí me enseñaban una lección de vida que hoy quiero compartir con vosotros:

Vete, aprende, nunca olvides tus raíces y algún día, si puedes, vuelve. Y cuando consigas colocar una piedra sobre la que pusieron tus padres, sobre las que pusieron tus abuelos, entonces, y solo entonces, estarás haciendo historia” así que esto no es más que un granito de arena de lo que me queda por hacer, si me dejan, si me ayudan.

Porque al final de todo esto, la única manera de hacer CULTURA, con mayúsculas, es que esta historia se una a otras muchas historias. A todas vuestras historias compartiendo un mismo camino y ayudando a levantar vuestra propia piedra.





jueves, 19 de octubre de 2017

lluvia de flechas

No lo puedo evitar. Siempre me han gustado aquellas personas que son capaces de bailar bajo una lluvia de flechas.

Pues bien, esta es la noche de las Oriónidas, una lluvia de meteoritos que se dejan ver sobre el cielo en forma de estelas verde amarillas de restos pertenecientes al cometa Halley. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Parece una lluvia de flechas incendiarias surcando tu cabeza.

Orión, dice alguna fuente de los textos clásicos(no voy a documentar nada, voy a contar la historia como literariamente me parezca) fue un gigante mitológico, un gran cazador hijo de Poseidón y Euriale que tenía la capacidad de andar sobre las aguas. Aparte de ese emocionante poder murió por causa de una flecha en la cabeza que le lanzó su propia enamorada Ártemis engañada por una argucia propiciada por el celoso Apolo.

Son actores secundarios que reciben heridas por aguantar a esos héroes de leyenda que creen soportar el peso del mundo con cara de consternación mientras a su lado el secundario, ique sufre la misma Odisea y está igual de magullado, da de comer a los caballos en los descansos y vuelve a la mesa con una sonrisa para brindar por un nuevo amanecer mientras el líder aguanta con un crispado gesto de solemnidad. Al día siguiente, ni que decir tiene, que ambos están igual, en primera línea de batalla, con la diferencia que uno lo hace para que lo vean y para ganar algo dorado y el segundo por ideales y para probarse a sí mismo.

Tengo la mala costumbre, desde que estudié cine, desde que leo novelas y otras narraciones que caen en mis garras, de diseccionar las historias y liar la madeja que me cuentan en los primeros compases de la trama. Es algo un poco patológico, lo reconozco. Pero no hay mala intención.

Anoche caí con toda la caballería en mi propia trampa. Empecé a ver, casi con desidia una obra coral con una serie de arquetipos aparentemente de hoy en día que parecían sacados de la parada de los monstruos, enseñando puñales y ballestas mientras desayunaban en la playa. Empezaron a intranquilizarme. Empecé a observarlos, a destripar las armas destructivas de cada uno, a ponerles nombre y apellidos. Terminé perdiendo, un poquito más, la fe en la humanidad al ritmo de unos actores estupendos jugando al juego del sálvame mientras escondían su mierda bajo la alfombra.

Fue tal mi desbarajuste mental que me olvidé de un personaje, uno que siempre estuvo allí, al que borré de mi mente por su taciturno deambular por la escena y sus ausencias desmedidas. Hasta que apareció en el climax y mientras todos los héroes afilaban sus armas sobre la promesa de un nuevo amanecer, él se plantó frente a ellos y habló. Habló para que todos lo miraran a los ojos y apuntaran sus armas hacia él...o las tiraran por el aire y salieran corriendo aterrorizados.

No voy a desvelar el final de la peli...
Tampoco voy a decir su nombre, pero si alguien la reconoce y la ha visto me encantaría escuchar más opiniones sobre ella.

Puto cine francés.


jueves, 21 de septiembre de 2017

Por el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad

Hace unos días Alejandro Sanz se consideró, por escrito, “gaditano nacido en Madrid” pidiendo a la UNESCO declarar el Carnaval de Cádiz Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad definiéndolo “un tesoro cultural, una oda al pensamiento, el deporte olímpico de un pueblo humanista”.

He oído a lo largo de los años muchos comentarios velados sobre el Carnaval de Cádiz, desde el típico comentario de “es que no los entiendo” a “solo dicen cosas groseras” y yo defiendo que si no los entiendes es porque no has puesto la suficiente intención en comprender, y las groserías son la irreverencia contra lo establecido que se resume en la frase tan gaditana de que “el pueblo que canta sus males espanta”.

Mi experiencia personal con el carnaval va desde los siete años en que los Combois da pejeta, chirigota que me dejó durante horas clavado a la tele, me hiciera ver los colores, el humor, la alegría de esta fiesta que se fue sucediendo posteriormente con Los príncipes encantados, el que la lleva la entiende, Caimán, Los lacios, Los bordes del área y poco a poco fueron permitiendo entrar las letras de El brujo, La trinchera, El vapor, Los piratas para que el veneno del Carnaval me atacara ya en plena juventud entrado en la sangre con los Yesterday, La niña de mis ojos, Los ángeles caídos,…

Pocos aseguran que le gusten los coros pero no hay como pasar un domingo de Carnaval viéndolos en la Plaza Mina, luego recorrer las callejas del Barrio de la Viña escuchando en cada esquina a las “ilegales” y terminar el día viendo morir el sol en la playa de la Caleta con las barquillas durmiendo en la arena y el castillo de Santa Catalina recortando el naranja del cielo al fondo y a la vuelta pasar frente al increíble Teatro Falla, poderoso guardián de coplas.

Hay mucha mitología detrás del Carnaval, todo un universo, pero puedes empezar a disfrutar cualquier copla, las más conocidas y dejarte aconsejar y sobre todo dedícale tiempo a escuchar, déjate llevar por unos disfraces de fantasía como la caracterización de Los Irracionales, o el siempre irreverente Juan que atravesó fronteras televisivas, escucha esos punteos imposibles de guitarra de Pacoli, Suso o Guille, y por favor no sabrás completamente de que te hablo si no escuchas alguna de las mejores letras de Martinez Ares, Juan Carlos Aragón o Tino Tovar.

Si te consideras culto, si crees que eres inteligente, te gusta el espectáculo, la música y la poesía no tienes razón para no adorar los Carnavales de Cádiz que pone en pie toda una maquinaria cultural cada año por febrero renovando sus disfraces, sus coplas, su música pero nunca su esencia.


Algunas veces, para un gaditano en el exilio es la voz más cercana que puede oír cuando te encuentras mal, a veces los guiños a esa tierra de luz y de sal es la mejor medicina para continuar adelante y soñar con volver el próximo febrero y quedarte para siempre encerrado en sus estribillos eternos...


Para ir abriendo boca esta letra sin ir más lejos aún me hace saltar las lágrimas cada vez que vuelvo de vacaciones...

viernes, 8 de septiembre de 2017

Las cloacas del Alma

Cae el sol, vuelven las interminables montañas de quehaceres que el verano aparcó en el último rincón de su memoria, vuelven las mismas oscuras golondrinas de otros otoños y empezamos a ver el túnel. Aunque sepamos que al final hay una luz solo vemos el túnel, y el invierno esta llegando con sus caminantes blancos pegados a sus móviles, inertes, retazos descuidados y metálicos de un collage de hojas caídas.

Dicen que no hay roca perfecta, que hasta la más perfecta manzana puede estar podrida por dentro sin duda aparente, pero… ¿Quién consigue ver a través de las ventanas de otros? ¿Quién aprende en cabeza ajena? Es tu camino, es tu maleta y tu cajón desastre y aquí hemos venido a jugar, a hacer lo que mejor sabemos, y para ello no podemos quedarnos mirando dulcemente como otros se llevan los pasteles a la boca, hay que buscar todos los ingredientes y hay que amasar la mezcla.

¿Y la receta? Toma nota, un par de mudanzas ayudan a valorar y desprenderse de lo innecesario, un viaje donde todo lo necesario te quepa en un mochila (y no estoy hablando de tumbarse en un resort), volver a una zona de confort donde Nadie ni nada te haga ser o sentir culpable, un abrazo tierno y sincero sin alardes de fuerza, una cena donde solo se proyecte sobre cosas que te gustaría hacer (sin dejar paso a la autocrítica y a los problemas cotidianos que pueblan y negativizan las conversaciones), y si eso aún no ha sido suficiente para vaciar tu organismo de cuerpos extraños (corpus alienum) un baño caliente de veinte minutos donde sumerjas todo el cuerpo bajo el agua y te dejes sentir. Somos agua, escúchate.

Algunos dirán, es muy fácil largarse, es muy fácil no afrontar los problemas de cara. Hay que afrontarlos, no estaría hablando de ello si no supiera que tú que lees esto, estés soportando el nauseabundo olor que desprenden las cloacas del Alma, porque haya gente que no te entiende, porque no terminen de salirte las cosas bien, porque ya no puedas más y quieras dejarlo todo. Solo te levanto una tapa, te tiendo una mano, para señalarte que la prioridad es conocer tus límites, que los reconozcas y los ilumines. Que no hay mayor fortaleza que conocer tus debilidades, que no hay mayor pasión que hacer Humor de un árbol caído, y para nada encender grandes hogueras.

Que no hay mayor signo de sabiduría que callar, que no hay mejor conversador que el que oye y que no vas a llegar antes al lugar que te propones corriendo más, porque las utopías son como los horizontes, por más que avances hacia ellas, ellas seguirán alejándose igual de rápido y lo único que hay entre tú y ellas es una gran masa de Tiempo.

Dicen que la única manera de retar al Destino es salirse del círculo, cuando el deber te empuja hacia el pozo de tus desastres, la mejor fuerza es la que no haces, dejar de empujar y desbloquear el paso para que el Tiempo se caiga de bruces, a tu lado, para que termines entendiendo que no es más que un perrito faldero que está buscando la manera de divertirse contigo.

Cuando estemos preparados para salir de nuestro eterno retorno (cada cual que estudie su pasado y sus antepasados y lo comprenderá) podremos cambiar el aura de nuestro destino, y seremos lo que queramos ser y no lo que nuestros hados nos deparan, lo que se espera de nosotros y comprenderemos que la vida tiene una serie de tuercas y engranajes que nos ayudan a hacerla un poquito más emocionante.


Esto no es ni más ni menos que una declaración de amor fati (amor al Destino) y una zambullida más por las cloacas del Alma, donde se posa todo lo que en cada viaje, en cada mudanza, nos permitimos el lujo de dejar ir, para volvernos un poco más livianos, un poco menos ruines.


miércoles, 16 de agosto de 2017

Estrellas de Aruh

En tiempos de Al-Andalus la fortaleza que hoy ocupa el pueblo de Castellar de la Frontera era llamada Aruh, con la denominación Iqlim, palabra con la que se reconocían a las unidades territoriales pertenecientes a un castillo, consolidándose como uno de los puntos estratégicos de la Cora de Al-Yazirat perteneciente al califato de Córdoba.

Fueron tiempos de esplendor cultural bajo el influjo del legado andalusí y las profundas raíces que dejaron tanto los pueblos iberos y turdetanos, romanos, almorávides y almohades a lo largo de los años donde la presencia de muladíes nunca desapareció. Los muladíes eran pobladores que aunque no eran musulmanes, ya fueran iberos, hebreos o hispanovisigodos, convivían y aceptaban las costumbres musulmanas.

Esto dota a la villa de lo que siempre ha sido, un emplazamiento donde diferentes culturas han convivido, y es que la tierra no es de quien la posee, sino de quien la sueña y el tiempo no es otra cosa sino el juez que va poniendo a cada cual en su lugar.

El próximo sábado Aruh volverá a brillar con la luz de su glorioso pasado andalusí, y para ello se van a encender 5.000 velas para iluminar las calles de la villa, si el viento nos perdona el atrevimiento, y en sus calles se oirán ecos de otros tiempos.

Para mayor gloria del evento la música viene del grupo Serena Strings con su cantante, y buena amiga mía, Liona Hotta, israelí de origen y algecireña de adopción, cuya voz nos deleitará con música Sefardí tan exquisita como necesaria para entender que el pueblo que no canta sus males no espanta, con una compilación de música y letras de textos tanto populares como espirituales que la comunidad hebrea difundió durante sus años de diáspora mezclándolos con canciones populares pero que siguen encerrando en su interior un gran significado cabalístico.

Os espero, si tenéis la más mínima posibilidad, en Hisn-Lawra del Iqlim de Aruh, de la Cora de Al-Yazirat para viajar al pasado a la luz de las estrellas, a la sombra de nuestros miedos, al susurro del canto sefardí, al latido de más de dos mil años de historia.


lunes, 7 de agosto de 2017

Cara a cara con el Minotauro

Esta semana he disfrutado de una noche de mitología clásica en un marco incomparable. Con ruido de mar de fondo, en un teatro que batalla contra el tiempo desde el siglo II a.c., además se trataba de uno de mis temas griegos favoritos, “El laberinto del Minotauro”, que contiene todo lo necesario para ser una obra tanto épica, con viaje iniciático, héroe legendario, dudoso futuro… así como sirve de viaje interior, filosófico y autorreflexivo, entrar al laberinto, enfrentarte a tus propios miedos, encontrarse cara a cara con la bestia....

Si me remito a mi iconografía particular el Minotauro siempre fue mi animal simbólico, la bestia encerrada en el laberinto, pero no como la pinta la mitología, más bien como lo hace Borges, o mejor aún como lo hace Cortázar, ilustres escritores también de mi historia personal que trataron con maestría el mismo tema acomodándolos a sus personales métricas.

Por eso llevo todas las noches de esta semana, pasando ya de las tres, vagando tras mis palabras y mis trazos, viendo aún al Minotauro persiguiendo sombras en el laberinto y escribiendo versos en cada esquina, como la figura del buscador enfermizo, del poeta encerrado en su cárcel de papel. Tras de él la figura de Teseo, el héroe, el castrado que todo lo toma a fuerza de espada y sacrificio y que a la postre, le pese a quien le pese, resulta vencedor, y un tercero, el invisible, el creador, el que olvidó todo el mundo, Dédalo, el genio inventor, el que fue víctima de su propia genialidad, y por su genialidad perdió a su hijo. Y Ariadna, la seductora, la salvadora, la que vende a su hermano por su libertad, y Pasifae y Minos, Caronte, las moiras,…


La mitología está llena de referentes, personajes duros, trabajados por las columnas del tiempo, que guardan en sus historias verdades veladas. Y vuelvo a sentirme una vez más Minotauro, el que yo me imagino, y vuelvo a ver su sombra detrás de cada esquina del laberinto que ando hacia adelante y hacia atrás, esperando de nuevo, una y otra vez, la espada de Teseo que lo mate por fin, o lo devuelva a la vida.


lunes, 12 de junio de 2017

Lo que tenga que ser

Salí a buscar mi sombra por los acantilados, a encontrar nuevos dioses en otros lares que soñaran cumbres en la luna o abismos con flores en el fondo. Quise encontrar estaciones vacías con sus respectivos trenes a ninguna parte y pasajeros indelebles a los que contarles mis aflicciones.

Caminé hasta el Finis Terrae sumando, de oca en oca, hasta trece mientras disfrutaba viendo llorar a las estrellas y tornarse la luna sangre. Me fue lícito adivinar en Fez que los laberintos solo son imposibles en tu mente y, al otro lado del mundo, que Kukulkán vendría a buscarme un equinoccio cualquiera, ya estuviera en las faldas del Ararat o en el Top of the Rock. No era cuestión de geografías, sino de inflexiones.

Eso me condicionó a volver para mantener intactos mis paisajes salados, recoger besos en el aire para llenar de páginas mis tardes, de sueños mis noches, de tempestades mis lunes. Siempre mirando a lo alto de la escalera, donde habitan faunos, genios y Cervantes que con su ojo ciclópeo me vigilan, mientras camino con mis hojas mal impresas bajo el brazo, sabiendo que un clic de su dedo abre puertas y bares o un instante de purgatorio bajo un telón de miedo.

Después de mucho andar, un anemoi me advirtió que observara las cosas desde la distancia, con los ojos del alma, para no correr tras el viento, para aprender las formas en que la vida se desgrana con el mecanismo de un cuento, aunque el fuego queme y el hierro mate, para comprender que todos somos sombras, de un lugar a otro buscando un destino, un lugar en el que encajar,  demandando, tan solo, un día más para ver morir el sol, esperando que un faro ilumine nuestras huellas al volver a casa.



#palabrasalviento


lunes, 29 de mayo de 2017

Pintando en la oscuridad

Cada persona tiene una luz en su interior, unos proyectan un rayo tan fino como un hilo que parece fácil de tapar por la luz de las bombillas, hay personas que son en sí un cañón de energía inagotable y centellean haya por donde pasan, otros muchos son un piloto intermitente que cambian de color a lo largo de los años y otros a los que, de tanto intentar cosas sin suerte, terminan por fundirse.

La vida, a partes iguales, se desarrolla entre la luz y la oscuridad. Así lo marca el sol y la luna, aprendiz del astro rey, que se deja iluminar por él como si de su mentor se tratara, mientras el universo, ese lienzo oscuro salpicado por lucecitas que están años luz de nuestros dedos curiosos completan el paisaje onírico.

Este sábado he tenido la oportunidad de ser invitado a dirigir un taller para representar al Aula de Bellas Artes de la Universidad de Alcalá de Henares durante su jornada de Open Day. El desarrollo del taller consistía en pintar sin mancharnos la camisa y dibujar, nunca mejor dicho, castillos en el aire. Dibujos que mueren en el mismo acto de nacer pero que gracias a una cámara, bendito ojo que todo lo capta, podemos inmortalizar.

El taller fue muy divertido y disfrutaron de él tanto los pequeños como los mayores, unos se atrevieron a dibujar, otros prefirieron ser los retratados rodeados de todo tipo de trazos y de luces. Al final, el resultado, además de las fotos, fue un taller de experimentación que abrió la mente a más de un sorprendido visitante. Y yo quedo muy agradecido al Aula de Bellas Artes, y a todos los compañeros que me ayudaron a llevarla a cabo, por dejarme estar y disfrutar de la actividad.

Hasta el bueno de Quevedo vino a visitarnos y se las tuvo que ver en duelo singular en plena oscuridad contra un contrincante de luz.


lunes, 22 de mayo de 2017

¿Dije que te daría la Luna?

Dije que te la conseguiría costara lo que costara, y me embarqué en un viaje que habría de llevarme al enfrentamiento de todos mis miedos, a subir los picos más altos desde los que saltar para ir luego a caer a los abismos más profundos. Así es como recorrí miles de kilómetros buscando encontrar las escaleras de roca que me subieran hasta arriba y conocí gente de todos los recónditos rincones del planeta que nada sabían de cómo conseguirla. Aprendí magia con la intención de llegar a levitar lo suficiente para poder atrapar ese globo luminoso que tanto ansiabas, pero mi aprendizaje se quedó en trucos para engañar tu vista y hacerte desesperar.

Empecé a leer sobre Neil Armstrong, sobre Julio Verne y otros muchos que se pasaron noches mirando la luna fijamente para ver si se daba por aludida y bajaba a saludar. Hice un breve curso de oceanografía, aullé como un lobo y, al final, sentado en un banco de la plaza dejé caer lágrimas a la vista de los demás. Desde entonces fui llamado el pobre hombre que mira a la luna.

De tanta obsesión por conseguir el satélite te pedí un sorbo más de tiempo, tú bostezabas distraída, yo me apuraba a salir una noche más a caminar bajo el frío manto de estrellas. Encontré un trozo de papel arrugado, lo puse sobre la luna y recorté la forma del cuarto creciente. Te llevé el resultado pero no te sorprendió. Decías que era más divertido cuando escupía cartas por la boca y sacaba flores de los bolsillos.

Seguí esforzándome, día a día. Vi todos los videos de Meliés, vi lunas azules, lunas rojas y escuché la sonata a un claro de luna de Debussy y luego Beethoven, aunque no fui capaz de percibir cuál de ellos se acercaba más. Al fin supe, al menos, que había en el mundo muchos otros locos que habían perseguido el mismo sueño que yo y eso me reconfortó y angustió a partes iguales.

A la mañana siguiente me levanté con un pálpito, salté de la cama, fui a comprar un trozo de cuerda y me marché hasta el final del día, donde acaba la fina línea del horizonte y se puede coger con dos dedos. Allí esperé a que llegara la noche, acompañado de un gato con un solo ojo que no se separaba de mi lado, quizás con la esperanza de que le diera una tajada de mi cena.

Al fin apareció tímidamente el astro sobre el horizonte. Yo, que estaba ojo avizor, no tardé en atar mi trozo de hilo a un saliente de la luna. Era más áspera de lo que hubiera imaginado y tampoco emitía luz propia sino que la reflejaba del sol. No obstante sujeté bien la cuerda y eché a andar hacia casa con la sonrisa en la boca.

Cuando llegué te llamé por todos lados y lo único que encontré fue una nota que decía “Me cansé de esperar, quiero en mi vida hechos, estoy harta de palabras. Adiós” La última palabra sonó a portazo en la cara. Me había quedado solo, no había siquiera acuse de recibo, ni el gato se había quedado a esperar su recompensa.

Luego pensé– ¡Qué diablos, las palabras son el puente que trazan siempre el camino entre dos imposibles, y la búsqueda fue lo que realmente valió la pena!


lunes, 17 de abril de 2017

Entrando en el laberinto

Hay viajes que te enseñan a mirar las cosas de forma diferente, a ver las mismas miradas en circunstancias muy alejadas, a naufragar en tus propias fortalezas. Este viaje no iba a ser diferente.

Cruzar un estrecho que separa físicamente una barrera de pensamiento, remueve miedos ancestrales, atraviesa carreteras olvidadas llenas de historias y paisajes de otros tiempos, ver la niebla abrazar las montañas que rodean un pueblo azul en mitad de la nada, un pueblo hecho para la mística y el disfrute de la persona acostumbrada a no salir de su centro de confort. Allí la vida transcurre entre relajado turismo y aldeanos que hacen de su más absoluta cotidianeidad una estampa de foto.





Para buscadores más emocionales ya está Fez y su laberinto de callejuelas donde la vida se gesta a cada minuto y en cada esquina. Una medina con más de nueve mil callejones, el bullicio atestando las calles, caldereros, palacios de mil y una noches cubiertos de polvo olvidado por el tiempo, curtidores, zapateros, una marea de sensaciones, búsquedas con la mirada, interacción en estado puro. No apto para cardíacos, no digno de cualquiera. Una vez atraviesas Bab Bou Jaloud has entrado en la madriguera.




Matar al dragón en su cueva y huir de nuevo a la naturaleza, la que devuelve la nostalgia, la que permite mirar al horizonte para sumergirte en la larga noche de los tiempos. Y encontrarse con Volubilis, los restos mejor conservados de una ciudad romana en Marruecos y que suponen uno de los puntos más alejados de los finos dedos del imperio romano. De Medusas y Hércules, de Calígulas y Caracallas cae el sol para dejarte sumido en una profunda paz, en un eterno descanso, en la sonrisa burlona de unos cuantos locos.



Pero no hay paz, ni fin de viaje sin mar, sin purificación, sin noche paseando entre calles de sal y olas acariciando tu oído. Y si hablamos de mar, y nombramos reyes, hablamos de fenicios, y hablamos de portugueses, y todo eso es Assilah, una medina anclada al mediterráneo de casas encaladas y pespuntes azules saltando por encima de las murallas que convirtieron la ciudad en la Puerta del Mar de la ruta del oro sahariano. El arte final corre a cargo de coloridos murales que artistas de todo el mundo plasman cada año en sus muros, lienzos para la ocasión.



Y volver a Tánger, un balcón de teselas y mosaicos de colores que mira a España con un suspiro pero cuya realidad resulta más prometedora que el presente de sus vecinos, dicen ellos que europeos, digo yo que desahuciados.





Y el mar, siempre al final de todo el mar.

miércoles, 5 de abril de 2017

Round the word

Apenas miraba el mapa, los meridianos me cambiaban de hemisferio y se resbalaban de los bordes como finas hebras de hilo quirúrgico. El gran azul chorreaba hasta el vaso medio lleno e iba buscando peligrosamente la gota que lo colmara. Con mis gafas, de combate, puestas sobre la mirada profunda y las alas desplegadas me fui sumergiendo en un dulce vuelo entre nubes de algodón y convulsiones de otras tormentas. Me sentía de nuevo subir hasta que lo de arriba era abajo y lo de abajo arriba y en esas empecé a teclear con auténtico desdén en busca de la siempre inefable escritura automática, y dejé el cadáver exquisito de tanto verso libre. Con la prosa de compaña me subí a la cresta de un ensayo distópico y naufragué en mares de acuarela. Remonté ríos de tinta y escalé hasta proverbios insondables.

A partir de allí no encuentro la forma de vivir adrede si no es a través de un alucinógeno consuelo, una pelota de goma que embarco y nadie me va a buscarla. Con música de Saint Germain des Prés Café de fondo, y el suave arrullo de un Ahora en el hombro. ¿Qué es un Ahora? Una antigua leyenda decía que las personas eran hace mucho tiempo animales simbióticos e iban siempre acompañados de un pequeño pájaro que revoloteaba en silencio sus cabezas. Cada vez que los humanos veían un paisaje único, daban su primer beso o conocían a alguien especial el Ahora les daba un pequeño picotazo en la cabeza y creaba un momento de Plena Consciencia.

Pero como las cosas buenas no son de nuestro gusto y nos cuesta cuidarlas como se merecen los Ahora empezaron a caer en la noche del olvido y pronto fueron sustituidos por pájaros de negro plumaje llamados Antes y Después.

Pero el final de la historia quiere necesariamente que dejemos una luz a la esperanza, una flor a la primavera, y permitamos darnos unos segundos en cerrar los ojos, respirar profundo para espantar las plumas negras y sentir el picotazo de un Ahora que nos guardamos en el alma.


El mundo puede esperar, los trenes seguirán pasando, eso es cierto, pero ya dijo Gloria Fuertes “me dijeron: O te subes al carro o tendrás que empujarlo. Ni me subí ni lo empujé. Me senté en la cuneta y alrededor de mí, a su debido tiempo, brotaron las amapolas”


martes, 14 de marzo de 2017

Detrás de cada puerta

Nadie me dio el manual de instrucciones de la vida, o se mojó por el camino y nunca pude leerlo. Solo sé que salí a buscarte una mañana de marzo y ya no he vuelto a ser el mismo. Pernocté en antiguos palacios lituanos a orillas de un lago helado, subí a las Montañas de Tatra siguiendo palabras que no comprendía, hice un alto en el camino en un pueblo desde el que se podía ver la cumbre nubosa del Ararat. Vi oxidarse el amor en los puentes y una honesta reverencia sobre una tumba en Monparnasse. Encontré a un indígena pescando bajo la sombra de un gigante soviético, una anciana cegada por los primeros rayos de Kinich Ahau, una pesadilla en Elm street. Perdí mi sombra en el Tiergarten, la credibilidad buscando una puerta alquímica en un barrio de Roma y la decencia nadando con tortugas en Tulúm.

Soñé novecientos kilómetros a pie hasta el lugar donde muere el sol, tú soñabas con besar el suelo de Broadway, soñamos también con volver a caminar de noche por Venecia con máscara y capa. Pasamos miedo en un bus de Estambul y una cena inolvidable en el Chapitô.

Algo vivido, mucho mundo más por ver. Te espero en alguna calle de Chaouen llena de gatos, en una librería de Montevideo, no le pongo nombre hasta que el olor a papel viejo me lleve a ella. Un estornudo oportunista junto al Perito Moreno, un baño de sol en Valparaíso, un dibujo a tinta en Rapa Nui o un cuento de los hermanos Grimm en Kassel.

Te esperan a la vuelta de la esquina diarios de motocicleta, viajes por el scriptorium con vocación de flâneur. Dice Paul Theroux: Deja tu casa. Ve solo. Viaja ligero. Lleva un mapa. Ve por tierra. Cruza a pie la frontera. Escribe un diario. Lee una novela sin relación con el lugar en el que estés. Evita usar el móvil. Haz algún amigo.


La vida no se acaba mañana… la vida se acaba Hoy.


miércoles, 22 de febrero de 2017

La noche de los cuchillos

Una vez más mirando al reloj, contando los segundos para ver caer sobre la mesa el resultado de los finalistas del Mayor Espectáculo del Mundo. Con todo escuchado, amén de algún grupillo de preliminares que no me dio tiempo, ni ganas, de revisar veo un nuevo año la caldera a punto de explotar.

Voy a mojarme antes de que caigan los puñales relegando a los siempre felices gaditanos a la otra vida, la calle. Empiezan los carnavales, empieza la celebración pagana que se remonta a Sumeria y los antiguos ritos egipcios al toro Apis y de allí fue a antiguos ritos asiciados al dios Baco y al vino, con Momo como una divinidad invitada a la fiesta como la personificación de la burla, la sátira y la agudeza irónica, hijo de Hypnos, el Sueño, y Nix, la Noche.

Fiesta de máscaras y disfraces donde se permiten los pecados de la carne, se permite la libertad de expresión y la exaltación del humor. No atravieses estas puertas si no te sientes preparado para romper con la hipócrita verdad, derrumbemos los muros y hagamos pasar el hilo de nuestra vida en el ojo de la aguja.

Queda una agrupación, así lo avisan por megáfonos y yo voy a hacer mi pronóstico. Mi derecho a expresarme, la lista de reyes para todo aquel que quiera conocer lo que se lleva de mi vida cada febrero. En primer lugar empiezo mi camino citando a quien considero la pluma más fina del carnaval, Juan Carlos Aragón, filósofo y poeta, y si yo ya fuera un firme seguidor de sus letras, este año los vivo de peregrino a peregrino y les deseo lo más grande del concurso. Parafraseo al poeta “Por el mundo voy caminando, como un peregrino llevo toda la vida, siempre por el margen y pisando los charcos, buscando la verdad por direcciones prohibidas”

Y si tengo que elegir el resto de compañeros que tienen que acompañarlos a la final a riesgo de que me explote la cabeza me llevaría a La azotea, me montaría a una cuerda sobre un abismo de grupos y elegiría a Los equilibristas para no caerme al vacío. Y si tengo que mojarme, solo si tengo que mojarme pagaría dos óbolos al barquero y me montaría en La Eternidad de Caronte porque si no llamaría al Ángel de Cádiz para que me diera su protección.

Las chirigotas las desvisto de seriedad y me lo tomo menos en serio, Solo me llevo a los que me hacen reír de verdad y no los que hacen sus gracias como si tuvieras que reírte. Su sino es ser auténticos y sorprendentes. En esta categoría, ya que no está el Cabra que me hace reír en cuanto sale al escenario, doy mi bendición a El Selu, porque año tras año demuestran que domina como nadie el arte del personaje gaditano con su muestrario de esos que te vas a encontrar por cualquier calle de Cádiz un día cualquiera. Vivan mi suegra como ya dije.

Me han sorprendido este año sin embargo el irreverente entierro que le hacen a Manué en la chirigota No te vayas todavía que ya no saben qué hacer para mantener fresco al fiambre. Sólo por el pasodoble que le dedican a la única componente femenina de su grupo y animando a las mujeres a participar más en el carnaval. Y si de cuplés hablamos el que le pidieron al jurado que se dieran prisa en decirles si pasaban o no a la final porque Martínez Ares les esperaba con la barca en doble fila (chiste interno entre agrupaciones que le da el auténtico sabor a espontaneidad al carnaval). Las otras dos plazas, sin pensármelas mucho se las daba a los del planeta rojo, pero rojo, rojo porque también dan la talla menos la de picha, de picha no…pero tienen dos!! Y pa religión la mía que me parecen que animan bastante y vienen con tradición antigua e ideas nuevas.

Los coros nunca fueron mi fuerte porque me dan sueño, eso es así. Pero me flipan los trajes. Este año he procurado no dormirme viéndolos y lo he conseguido parcialmente así que voto para la final a los que no lo han hecho que han sido Mi gaditana, la reina de la noche, el mayor espectáculo del mundo que me ha gustado especialmente y si tuviera que mojarme metía a julio Pardo pero es que creo que no he llegado a escucharlo entero ningún año, así que me quedo con el vapor del sur que tenían una bonita musicalidad a Mississippi.

Y los cuartetos no los dejo los últimos porque crea que deban estar los últimos, al contrario, porque quiero reivindicar  que deberían no solo sobrevivir con dos plazas en la final, sino que deberían reinventarse, debería aflorar en una nueva primavera y volvieran a ser un género fuerte en los carnavales porque al final es el más teatral de todos los géneros. Reconozco que siempre digo que desde windous 95 no he visto un cuarteto igual. Y mucha gente más lo dice, así que igual allí está la evolución natural del cuarteto. No obstante me reí bastante con los dos cuartetos que han pasado a semifinales así que yo me los llevaba a los dos a la final pero decir que me quedo con el personaje de la niña gótica de lo que el viento se llevó (odio elegir).


Así que espero que el jurado sea clarividente y monte la final que a mí me gustaría ver. Y el que no esté de acuerdo con mi opinión, te joes que estamo en carnavá.


jueves, 9 de febrero de 2017

Del Carnaval a la orillita

El agua siempre ha sido un lugar importante en la vida de las personas. Unos, ese es mi caso, nacieron mirando al mar. Otros recuerdan como si fuera ayer el primer día que vieron las olas lamer sus rodillas. El caso es así de claro, cuando aún no has conocido la luz, ya conocías el agua, ya navegabas a la deriva en el líquido amniótico, un mar de vida en diferido sin clausula suelo que viniera a despertarte.

La orilla. Tantas metáforas se me vienen a la mente en torrente…el paso de la laguna Estigia donde cada griego daba dos monedas al barquero que habría de llevarlo al otro lado, Gerión inspirando su canción en los dientes del mar, Poseidón apareciendo en su carro de caballos marinos, Tritón llamando a tropas con su cuerno salado.

El culto por el agua va más allá de un simple ritual de verano. Es el sendero del pensador, el espejo del reflexivo, la novedad en ojos del conservador y la bendición final del viajero. No se hacen charcos en el suelo por casualidad tras la lluvia, como por casualidad no se mezclan los colores en la acuarela cuando una mano sabia los empuja.


En estas me muevo cuando veo en la estrella de mar más bonita de Cádiz, la sala del castillo de Santa Catalina, una exposición de una gran acuarelista, una artista desde mi boca al infinito, una luchadora incansable por pespuntar una luz sobre cada sombra, en definitiva una maestra y una amiga.

Hay una cita obligada en Cádiz, una luz al final de cada túnel, porque de eso van también las orillas y no lo digo yo, no lo dice Ana Sánchez, que también parafrasea en soledad a Monet, y yo aprovecho para invitar a la fiesta a William Turner, Sorolla, Hockney (¿Verdad Ana?), Alberti, Neruda, Hemingway...

Es época de carnavales, ya lo sabéis bien para vuestra desgracia. Los Carnavales Más Grandes del Mundo, que me perdone Río, que me disculpe Venecia. Estoy rendido a los pies de Cádiz, no quiero ser objetivo ni lo pretendo, pero aquí os dejo mi corazón en una bandeja. Os lo dejo para que este febrero y si no marzo, abril o mayo, hasta el 28, vengáis a daros un paseo por el parque genovés, veáis morir el sol tras el mar y luego podáis recrearos con una perla que brilla por si sola en Cádiz , la exposición de acuarelas, a nadie va a dejar indiferente, de Ana Sánchez “A la orilla… las orillas”




lunes, 16 de enero de 2017

Descivilización deshonesta

Quiero contaros una historia que consta de tres partes y una reflexión. Empezaré por la segunda, luego la tercera y una reflexión fraguada por los años antes de contaros la primera de las partes cronológicas del suceso, que me generó un aprendizaje para compartir contigo.

Anoche tomé in extremis el último tren que salía de Madrid a Guadalajara. Es algo que me pasa mucho y que me crea la especie de euforia de haber retado al tiempo y haberlo vencido. Pero no es la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que al llegar a Guadalajara veo como el último autobús se va delante de mis narices y me queda por delante una buena caminata, que no desprecio porque me gusta caminar por la noche, llámame raro, y disfruto del silencio que me deja hablar alegremente con mis pensamientos. Una chica que iba en ese último tren no parecía pensar lo mismo que yo y me preguntó con cara aterrorizada si ese era el último bus. Yo alegué que no quería decirle que sí, pero mejor fuera a un videomarcador que había en la parada donde informaba si aún quedaba alguno por llegar. La chica se fue a la parada y también un chico africano, seguramente es más de Guadalajara que yo pero a buen entendedor no hará falta más detalles. Afortunadamente yo esa noche tenía la grandísima suerte de contar con que venían a recogerme a tan intempestivas horas y enseguida pensé que me hubiera encantado que otras noches, en las que no tuve esa posibilidad, hubiera aparecido alguien, quien fuera, y se hubiera ofrecido a llevarme.

Así que, después de que algunos viajeros más se montaran en sus respectivos coches y se largaran viene la segunda parte. En cuanto llegaron a por mí me monté en el coche y dije que, aunque tuviera que conducir yo, que por favor teníamos que frenar junto a la parada y preguntarle a aquellos dos chicos si podíamos llevarlos a algún sitio. La chica nos indicó que venían de camino a recogerla. El chico no abrió la boca hasta que la chica volvió a decir que quizás a él le vendría bien acercarlo a algún lugar. Yo dije que subiera y el chico susurró que vivía cerca de tal lugar pero cualquier sitio más cerca de lo que estaba la estación le venía bien. Yo empecé a llenar silencios despotricando un poco de lo inútiles que son esos que llaman servicios al ciudadano cuando un autobusero prefiere llegar a su casa a las 1 en un autobús vacío que volver a las 1:05 con tres personas a las que libra de bastantes problemas y a los que hace un buen servicio, descivilización en estado avanzado (todo esto dicho en un lenguaje más trabado y con más palabrotas, ya sabéis como rezuma mi bilis con estas cosas). El chico permaneció en silencio y cuando paramos el coche antes de salir dijo titubeando “muchas gracias, no sé qué decir, no estoy acostumbrado a este tipo de cosas” yo me volví y le dije “mira, yo también me he quedado tirado alguna vez y no había nadie que pudiera solucionarlo así que si después de quejarme de aquello no hubiera tomado la decisión de ayudarte a ti hubiera sido muy cínico por mi parte, solo hice lo que a mí me hubiera gustado que hicieran por mi”. En cuanto se bajó del coche sentí como la sangre corría a tope por mi cuerpo, me sentía bien, vivo, fuerte.

La reflexión quizás es la parte más cruda y no me he molestado en cocinarla porque es un grito sordo como el del caballo del Guernika y contiene una dolorosa pero importante lección de vida. Con 17 años recibí dos puñaladas en una pierna por intentar negociar, cartera en mano, con un atracador con muy pocas luces. Este acontecimiento tomó tintes de drama porque mis padres estaban a menos de un kilómetro del lugar y sufrieron la noticia de que su hijo iba en una ambulancia porque le habían dado un navajazo y supieron poco más hasta que me vieron salir por la puerta del hospital. Después me quedaron cinco o seis meses de convalecencia y el susto en el cuerpo. Pero para mí fue un punto de inflexión en la vida. Me podría haber creado un trauma y no haber querido salir de mi zona de confort por miedo al agresivo mundo exterior. Todo lo contrario, me volví mucho más atrevido, más observador y más decidido y esta decisión en silencio ha propiciado resultados inesperados en escenas dantescas que se han vuelto a dar. Por lo pronto me encanta la noche, me parece mágica, más intensa, no me genera ningún tipo de miedo y no me importa pasear solo a altas horas. Unos cuantos años después, mientras cruzaba un paso de cebra, me di cuenta de que por esa acera caminaban cinco chicos con capuchas de chándal subidas y al menos tres de ellos llevaban palos o bates en las manos, no me tomé el lujo de observar que era. Apreté los puños dentro de los bolsillos de mi abrigo, no vacilé un solo paso y caminé unos diez metros entre los tres primeros y seguido de los otros dos. Luego giré hacia la siguiente calle que era afortunadamente la de mi piso y cincuenta metros después miré disimuladamente y no había nadie detrás. Pensé que o había conseguido volverme invisible o algo en mi seguridad los descolocó tanto que ninguno de ellos se atrevió a dirigirse a mí. A la mañana siguiente vi que el contenedor de la esquina había sido calcinado y aún humeaba. Yo, no obstante, subí un escalón en seguridad. Varios años después un individuo que me sacaba una cabeza se acercó en la calle y me dijo –¿Puedo ayudarte en algo?– le respondí –No, ¿Por qué?– y el sonrío mostrando una boca de pocos dientes y agregó –Eso es lo que me dijiste la noche que te topaste conmigo mientras yo estaba tirado en el portal de tu piso, te sentaste en el escalón y hablaste un rato conmigo con el miedo en el cuerpo, a partir de ese día me hablaste con naturalidad, saludabas al salir y alguna vez me ofreciste algo que comer. Hoy estoy en rehabilitación, no sé si volveré a caer en esta mierda, así ha sido la historia de mi vida pero lo que sí sé es que no me sentí juzgado por ti, pienso que eres un buen tipo y quería decírtelo– Esa conversación forjó buena parte de mi carácter. O esta tercera que nunca he contado a nadie pero hoy sale como una flema que quiero expulsar. Una noche volviendo a casa por la Gran Vía una prostituta extranjera empezó a ofrecerme sus servicios, de cincuenta fue bajando a veinte y luego a cinco por chupármela. Ante mis negativas se tiró de rodillas al suelo agarrada a mi pierna y llorando me gritó– Dame aunque sea un euro para seguir viviendo–. La levanté del suelo, abrí mi cartera y le dije–Mira, tengo cinco euros. Vamos a caminar un rato dirección a tu casa pero ni me digas donde vives, ni me vuelvas a hablar de sexo– Andamos juntos dos calles y la chiquilla, porque no era más que una chiquilla desvalida, no paró de llorar ni fue capaz de articular palabra (una lástima porque seguro que tenía una historia muy cruda pero interesante para un escuchador de historias como yo), luego le dije que siguiera hasta su casa y descansara. Y sentí de verdad no haber tenido 20 euros en vez de cinco (tampoco andaba yo nada sobrado entonces pero le habría regalado un caramelo de esperanza).

Conclusión, vencí mi miedo en todos los casos y conseguí darle la vuelta a una situación incómoda o agresiva producto de una descivilización de la que o no nos damos cuenta o bien miramos a otro lado consiguiendo que cada día vaya a más. Y me niego. No soy el remedio a todos los males y por cada acción buena la cago en tantas otras. Pero me niego. 

Ahora vuelvo a retomar de forma breve la primera parte que dejé sin contar. Yo. Sólo. En el andén del último tren. Llega un chico negro, con gorra, chupa de soldado, andar de tipo duro y móvil con música a tope, y no de Mozart. Todos os hacéis una imagen mental de la situación. Pasa a mi lado y lo miro, no con actitud de juzgar, pero sí con mi curiosidad inherente. Por respuesta recibo una mirada ofensiva, retadora, probablemente era gesto espontáneo del que ni se sienta poseedor pero yo bajo mi cabeza y me pongo a mirar mi móvil. No problem. No hay necesidad.

Punto y final, el chico, además de no estar acostumbrado a recibir ese tipo de ayudas civilizadas, pienso que enmudeció cuando le ofrecí subir al coche a causa de la batalla que había ganado en el andén. Yo no vencí en la final, sino que abrí una puerta a que si nos volvemos a cruzar en el mismo tren su respuesta sea muy diferente y si de paso le devuelvo un poco de espíritu en un mundo que, estoy seguro, para él es mucho más descivilizado y desesperanzador que para mí tanto mejor. El hecho es que puse la cabeza en la almohada y se me cayeron dos lagrimones mezcla de satisfacción y removida interior general. Luego me levanté y me tuve que poner a escribir.

Así que a veces sí que valen más mil palabras honestas que una imagen errónea y tras una portada bonita o fea hay que juzgar el texto de un narrador, un capítulo, cinco páginas, dejarlo reposar, hacerse la pregunta sobre qué se ha leído y entonces, y solo entonces, te darás cuenta de si el escritor está hablando de él o está hablando para ti.

miércoles, 11 de enero de 2017

Ciudad eterna

sumergida y vencedora
en mil batallas contra el tiempo
aún te mira con su único ojo
apuntando al cielo,
mostrándote una suerte de señales
en cada esquina,
en cada piedra.
Ciudad que suenas a trompeta de Nino rota,
a mármol y moto vespa,
a clásico desproporcionado,
a pan y circo de Fellini
tres países por el ojo de una cerradura,
verdades sin boca,
Y el dedo de dios acariciado por Bernini.


Termini cierra los ojos
y su cremallera hidraúlica
abre los olores de la tierra,
aire de toscana, albahaca y menta,
hacia el sobrio enigma
de cúpulas imposibles
y manos artesanas.

A la sombra macarrónica
De una salsa de tartufo
Para comerse la cultura
regando cada bocado
con un vino rosso
de reminiscencias a Médici,
a Leonardo, Dante,
Boccacio y Maquiavelo
en barrica de roble,
felizmente enterrado
en una cascada helada
camino a un  ilustre panteón
donde Stendhal sabe de qué habla
porque todo el que entra
pierde una porción de alma.


Perdidos  los sentidos
solo nos queda el tacto
para llegar, señora de las aguas,
puerta del adriático,
errando por tu laberinto
de piedra, agua y misterio,
luchando a muerte
con la fiera alada
que custodia las puertas
de tu paraíso perdido,
de mi cielo ganado,
de un ángel levantándome
de la piedra gris,
ahora bermellona,
y dormir al fin entre tus brazos
Ciudad eterna,
dolce vita,
segreto de Pulcinnella,
non c’è rosa senza spina