jueves, 3 de noviembre de 2016

Nos venden el miedo señores...

Nos venden porciones de terror en cada semáforo en rojo, en los callejones poco iluminados, en los productos sin gluten. Nos invade el miedo en cada zona azul cuando se nos acaba el tiempo del ticket, el tiempo del paro, el tiempo del reloj. Temblamos como flanes en las floristerías durante los aniversarios de nuestros difuntos, temblamos en los parques donde nos besaron y ante los libros que no leímos. Nos paraliza, se escurre por debajo de la puerta y llega a los barrotes de nuestras ventanas, al silencioso grito de nuestras alarmas de seguridad, al pestillo de arriba y al de abajo. Entra en nuestras casas, nada los detiene, a través de los noticiarios, del periódico enrollado, en las cajetillas de los cigarrillos. Y va calando tan hondo que atemoriza al zapatero, al panadero y al mecánico y va calando en su hijo el periodista, constriñe al psicólogo y rodea al maestro que poco a poco va inoculando retazos de miedo que terminan por impregnar a los niños, niños miedosos que con el tiempo, ese que nos hace temblar, se convertirán en carpinteros, maestros, psicólogos o, quien sabe, asesino a sueldo que se queda sin solventes, político sin reputación o banquero que prende fuego a su trono de papel. Nadie escapa al miedo, ni siquiera el que lo vende, que termina temblando ante su propio negocio.