miércoles, 6 de abril de 2016

Horror Vacui


¿Quién no ha sufrido alguna vez el miedo al folio en blanco? ¿A quién no se le ha quedado alguna vez la boca seca ante el silencio de una multitud? ¿Seguro qué nunca has tenido la sensación de que algo martilleaba tan insistentemente tu cabeza  que parecía correr el riesgo de salirse de su órbita? ¿De la pérdida inherente de algo? ¿O alguien? El vacío siempre trae a tu cama objetos absurdos, páginas a medio leer o burbujas de nada, porque sentir el vacío es sentir el frío manto gris de la piedra que nos vuelve inermes.

En la antesala del exilio se encuentran los recursos que siempre estuvieron ahí contigo, los que nacieron de tus primeros deseos y se irán a la tumba cosidos como tu propia sombra.

De estos vacíos nace entre tus manos la posibilidad de invocar el horror vacui, el llenar espacios, el cubrir huecos, la verborrea gráfica. No hay copas de más sino quizás de menos, no hay lágrimas de tristeza sino mordeduras de dolor o quién sabe si no son razones de más sino días de menos.

Cualquier camino es el buen camino hasta que no hay camino y toca de nuevo echarse a la mar. A veces hay tres caminos y una nube de moscas dispuestas a no colaborar. Los carteles son indicaciones hasta que la arena tapa la carretera y toca vadear el desierto de los anhelos, con frío, lluvia y escozor de tuétano.

Hagas lo que hagas, si miras al centro del abismo el horror vacui te dirá que sigas hacia adelante, hacia atrás, a la derecha o a la izquierda. Que sigas hacia donde sea, pero sigas. Que pararte es convertirte en estatua de sal y seguir es evitarle un disgusto al destino.


“Los días son para las nubes, las noches para las estrellas”