miércoles, 21 de diciembre de 2016

La noche más larga

Hoy es 21 de diciembre, el día más corto o lo que los antiguos druidas llamaban “la larga noche”. 

Llama a la puerta de nuestras casas el solsticio de invierno, los antiguos guardianes de la naturaleza encienden sus antorchas, todos caminan en silencio hasta el lugar donde el sol se pone, Lugh se ha ido a dormir, y la oscuridad nos cubre con su manto de estrellas, en silencio, en paz. 

En Samhain celebramos el término de la temporada de cultivo. Hoy agradecemos el renacimiento de la luz, es la época sagrada en la que damos la bienvenida a la oscuridad y celebramos lo que comúnmente se conoce como el fuego generador de todo, el cuarto elemento, el ave fénix. Es el primer susurro de la posibilidad de otro ciclo de cultivo, la primera luz que manifiesta el alargamiento de los días.

Por eso esta noche quiero invitaros a una celebración donde los bardos sacarán sus instrumentos, los ovates vaticinarán lo que está por venir viendo la forma de las nubes y el vuelo de los pájaros y los druidas pedirán por vosotros a Lugh y a Cernunnos la regeneración de vuestros deseos y el florecimiento de las nuevas ideas. Nada es azaroso, todo funciona así, toda energía bien entendida confluye en un mismo punto, en un mismo centro. Hoy multitud de Neodruidas se reúnen en Stonehenge al caer la noche para que florezcan sus miradas bajo un manto de estrellas, y hablarán de sus deseos, de lo que está por venir.


Hagamos de esta reunión la celebración del renacer, de druidas vagando otras vidas y surcando los caminos de la Senda.


martes, 20 de diciembre de 2016

Cosas que valen la pena

Después de un fin de semana con la garganta en carne viva y placas e infección en los oídos todavía taponados, tengo dos anécdotas que han ocurrido en diferente tiempo pero que hoy al conectarlas me emocionan. La primera me provoca una sonrisa de oreja a oreja y la segunda le da mucho sentido a las decisiones de mi vida.

La primera fue hace unos meses cuando estaba trabajando en un cómic y llamaron al teléfono. Era mi abuela diciéndome que se le había estropeado la radio. Dejé lo que tenía entre manos y me fui a su casa a ver si conseguía poner el viejo transistor en marcha. Tardé un buen rato probando cosas mientras ella me contaba que claro, la radio le hace mucha compañía y ella la tiene todo el día puesta. Al final conseguí arreglársela y como se nos pasó el tiempo de cháchara y viendo fotos antiguas, con las piernas calentitas bajo las enaguas de la mesa mientras el cerebro me decía “no te va a dar tiempo entregar” y el corazón decía “ni caso, los mejores momentos de tu vida te los va a enseñar lo que te diga el corazón”. Y esa noche me acosté emocionalmente recompensado.

La semana pasada me hicieron una entrevista para el programa de radio 5 “viñetas y bocadillos” por la salida al mercado de la Senda de los Druidas. Lo pusieron este sábado. El lunes me llamó mi madre y me preguntó si había salido en la radio. Yo le dije que sí, que si me había escuchado a través de facebook y ella dijo que no, que quien me había escuchado había sido mi abuela. Se me salieron los ojos de las órbitas mientras mi madre contaba que entró en su casa y mi abuela nerviosa le dijo a mi madre que le había pasado una cosa muy rara. Había escuchado en la radio a un muchacho que se parecía a “Fernandito” (así me llama ella), que hablaba igual y que se llamaba muy parecido. Mi madre le dijo que sí, que me llamaban fer Jiménez y mi abuela asintió emocionada. Evidentemente se había quedado un poco confundida porque nunca había escuchado hablar a través de la radio a ningún conocido, ¡mucho menos se esperaba escuchar a su nieto! Pero mientras escribo estas palabras aún se me humedecen los ojos.  Anoche el cerebro me decía “Bravo fer, cosas como estas son las que hacen que los esfuerzos merezcan la pena”.

Y mi corazón, un poco refunfuñón, decía “Teníamos que haber utilizado Fernandito como nombre en la portada, para que mi abuela hubiera podido reconocerme”.




lunes, 5 de diciembre de 2016

Hola, ¡Cuánto tiempo!, esto es para ti...

Remontar el curso de los acontecimientos, marchar a la contra, naufragar en cada meandro del camino, ir perdiendo escamas y plantarse a contemplar el próximo crepúsculo. Como dijo el poeta “siempre seguí la misma dirección, la difícil la que elige el salmón” y sin dejar de ser un pez de ciudad, sin llegar a parecer un besugo ni convertirme en tiburón pero con la parsimonia de una tortuga. 

En cuanto sales a mar abierto, la leyenda del Gran Azul, la pequeñez te persigue, el nada nadie se instala en tu lóbulo derecho y cada día te grita un poco más fuerte, un poco más rápido, su cansina cantinela. Un día cualquiera te paras, hoy mismo, y miras atrás. No ves el final hacia adelante pero te preocupas de mirar atrás. El Gran Azul, entonces, no es más que una serie de círculos concéntricos, de anillos más grandes y más pequeños, unos ligados, otros inconexos y al gusto de las relaciones sociales del consumidor. Se ven anillos plateados que marcaron tus primeras relaciones familiares más o menos bruñidas o según el caso oxidadas y a partir de ahí salen infinitud de formas circulares que forman una red de pescador, una tela de araña que te atrapó por aquí o por allí. Entre ellos brillan, siempre brillan, unos anillos doraditos que forman la constelación de las personas que te tocaron el alma, la luz de los faros que te hicieron progresar hacia algún lugar. Al primer vistazo esta estructura es escalofriante porque parecen remolinos dispuestos a engullirte y tú, que estás en mitad del Gran Azul, no tienes donde agarrarte o eso te grita la pequeñez. Y miras hacia adelante para comprobar que, por el gratuito hecho de haber mirado atrás, los círculos te van rodeando. Es más, en cada círculo empiezas a vislumbrar manitas que saludan, sonrisas que sobresalen de los reflejos, sombras que se mueven. Y todos tienen algo que decirte, y tú a ellos y el único inconveniente es que no tenéis el mismo aquí ni el mismo ahora. 

Hay una carta en el sombrero, el matasellos sin fecha, el cielo de tango, el sello mojado, la tinta del nombre borrada y lista para leer en voz alta:

Querid (zona de texto ilegible),
Habitante dorado del noveno círculo a la derecha (mi izquierda) hace tiempo que no nos destinamos, probablemente el tiempo no significa lo mismo para cada persona, pero el espacio es, por ahora, algo premeditado y asequible para cualquiera de nuestras partes. Soy perfectamente consciente que antes de pactar con el siempre bien dispuesto espacio hay una dura pugna que librar con el insondable tiempo, caprichoso e imparable y que, en cualquier circunstancia es más o menos fácil derrotar. Aún no distingo minutos de horas ni el canto del cuco del de mi despertador y sigo siendo un caos con sonrisa de sábado. Pero a pesar del maleducado tiempo, a pesar del espacio mal hallado, sigues siendo anillo, sigues siendo oro, plata no es. En mi autovía de trazos sin peaje siempre hay un carril de servicio donde compartir una merienda de locos sin excusas, si adelantas saluda que yo voy con mi ritmo ditirambo, si pinchas tienes a la derecha cada doscientos metros un teléfono de vasito de plástico con hilo, un adelanto de mi tecnología punta.

Básicamente te escribía para anunciarte que he mandado un burofax a mi tiempo para comunicarle al tuyo un pequeño aviso de disponibilidad, un retazo de tiempo, sólo o con leche, que ni vence ni convence pero abre una línea recta entre dos puntos en movimiento constante y con motivo aparente de cerrar el libro sobre la cara y estrechar la sonrisa sobre la mano.

Mientras tanto, pausa dramática, sigo buscando el busca, sigo trazando el trazo, sigo rizando el rizo.


Atenta mente.


viernes, 2 de diciembre de 2016

El árbol de la vida

Las almohadas son el mejor invento después de la rueda e internet (bueno internet no, ya lo hablamos otro día) aunque a pesar de su confort y la delicia de saberte caer en blanco cada noche, su poder es devastador para las fuerzas de cualquiera. Pero ojo, si te quedas meses, años, vidas, eones,… en tu zona de confort-able almohada puede ser que la piel se ulcere, que se resquebrajen las columnas de tu templo y tu alma se vuelva piedra. Miro por la ventana, monotonía de lluvia tras los cristales, el agua arrastra los últimos colores de calles ya de por si descoloridas, incorrectas, mentirosas, sí, todo eso está allí fuera y no actúa con justicia, provoca miedos y te deja ver la vida pasar entre almohadones.

 Como decíamos ayer, el miedo, ese procrastinador del sentimiento, se pasea por el alambre y micciona en tus ideas, en las alegrías del inocente. Hay un soplo de esperanza allí fuera, hay que comerse el miedo primero, la vergüenza de segundo y el orgullo de postre, un buen menú para cualquiera que quiera estrellar luego sus dientes contra un bosque de retos y desafíos (con su consiguiente dolor de fondo, gracias) y un poco más allá encontrarás un claro, no es necesario que un rayo de luna lo ilumine, pero si tiene que tener una hoguera lejana, porque allí junto al fuego, herido, magullado, pero sonriente, te recibiré con un abrazo tibio y algo de alimento para el alma, a los pies de un árbol que no es un árbol y es muchas otras cosas a la vez, cuestiones de mecánica cuántica que no estoy dispuesto a departir ahora mismo.

Antes de que entres siquiera en calor me levantaré de la hoguera, flexionaré las rodillas, chasquearé la lengua y me lanzaré  a correr por la calle más próxima, la más oscura, para comprobar si al final del callejón hay un espejo y consigo encontrarme en su reflejo, con el riesgo de estamparme y romperme en mil pedazos.


Y el claro quedará sembrado en mi ausencia de espirales y tú sabrás que tu zona de confort se hace un poquito más grande, porque debajo de una rama habrás encontrado una almohada bajo un lecho de estrellas.


jueves, 3 de noviembre de 2016

Nos venden el miedo señores...

Nos venden porciones de terror en cada semáforo en rojo, en los callejones poco iluminados, en los productos sin gluten. Nos invade el miedo en cada zona azul cuando se nos acaba el tiempo del ticket, el tiempo del paro, el tiempo del reloj. Temblamos como flanes en las floristerías durante los aniversarios de nuestros difuntos, temblamos en los parques donde nos besaron y ante los libros que no leímos. Nos paraliza, se escurre por debajo de la puerta y llega a los barrotes de nuestras ventanas, al silencioso grito de nuestras alarmas de seguridad, al pestillo de arriba y al de abajo. Entra en nuestras casas, nada los detiene, a través de los noticiarios, del periódico enrollado, en las cajetillas de los cigarrillos. Y va calando tan hondo que atemoriza al zapatero, al panadero y al mecánico y va calando en su hijo el periodista, constriñe al psicólogo y rodea al maestro que poco a poco va inoculando retazos de miedo que terminan por impregnar a los niños, niños miedosos que con el tiempo, ese que nos hace temblar, se convertirán en carpinteros, maestros, psicólogos o, quien sabe, asesino a sueldo que se queda sin solventes, político sin reputación o banquero que prende fuego a su trono de papel. Nadie escapa al miedo, ni siquiera el que lo vende, que termina temblando ante su propio negocio.


miércoles, 19 de octubre de 2016

Los orígenes del arte

Han encontrado en mi pueblo las pinturas rupestres, al parecer, más antiguas de la provincia de Cádiz. Su datación podría oscilar más allá de los 30.000 años de antigüedad que junto a las ya reconocidas pinturas de la Cueva del Moro en Tarifa y la cueva del Tajo de las Figuras en Benalup conforman el sur de España como el origen del arte europeo.

Huellas de una mano en la pared conforman la representación más gráfica encontrada en el Abrigo de las Estrellas, donde imagino a nuestros más firmes antepasados levantarse con los pies descalzos, sumido en una pequeña bruma cada día, sentados sobre la fría piedra ir descubriendo calambres a lo largo del día que salen a flote las últimas horas cuando la luna viene a sustituir la muerte del sol.

Me congratulo porque esto deja patente que dibujar es el oficio intelectual más antiguo de la historia, el ansia de eternidad, un ejercicio de permanencia en el recuerdo, todo el que sienta orgullo del patrimonio debería a su vez sentirse orgulloso de esos hombres tranquilos que sentados luchan contra las garras del tiempo. Buscadores de la grieta que permita clavar sus representaciones en la pupila de la Historia, con un ansia de inmortalidad propias de legiones de soldados.

Dibujar es amontonar papeles y deseos, por igual, sobre una mesa que termina por convertirse en montaña de papel con surcos de tinta. El oficio del sacrificio, el oficio que todos dicen, mira qué bonito, pero pocos entienden de la soledad y el riesgo que conlleva,  y una recompensa tan a duras gotas conseguida.

De tanto lanzar líneas uno se queda atónito a veces de la incredulidad de la sociedad ante unos hombrecillos que han tenido ese atisbo de madurez para guardar unas migajas de la primera cualidad intrínseca que desarrolla todo niño en la infancia, que es garabatear y dibujar, y que el resto desechó creyendo con los años que iba a conseguir todo lo que se proponía con el uso de las palabras, que luego vemos como se las lleva el viento.

Los dibujantes se limitan a observar en silencio y cultivar esa cualidad infantil durante toda su vida, lo que los convierte en las personas con la voluntad más férrea que puedas encontrarte por la calle. No obstante hago un ruego a todos aquellos que leyendo esto hagan una reflexión sobre lo que vale el tiempo que un ilustrador te dedica y que estarías dispuesto a hacer por alguien que, en el momento que se pone manos a la obra, se convierte en el “oráculo de tus deseos”.

Hoy, un poco alegre y un poco triste, desde mi columna de fuego en mitad del desierto arrojo mis agradecimientos a todo el que en la soledad de mi trabajo ha venido hasta mi mesa y me ha susurrado unas palabras de ánimo a ciegas, una palmada tibia, un bocado de compañía porque un trabajo solitario no se premia con bombo y platillo sino a la luz de la lámpara y en el desenlace de cada línea.



Porque no se trata solo de dibujar, se trata de contar y ordenar el mundo en los archivadores de la memoria, se trata de rellenar con colores los resquicios entre las palabras y sobre todo se trata de dejar huellas en las paredes del recuerdo.


martes, 11 de octubre de 2016

Lisboa, ciudad insólita

Siempre me ha gustado Lisboa, siempre que he ido me he quedado con ganas de pasar más tiempo en ella y de conocer nuevos rincones. Esta vez no fue diferente. Vi que Yann Tiersen daba un concierto allí y tenía ganas, muchas ganas de verlo a ser posible en un escenario de sueños. Y Lisboa lo es. Así que conseguí casi las últimas entradas, un hostal barato y seis horas y media de coche hasta allí.

Es una delicia pasear alegremente por una ciudad bonita, con ese aire tan de bohemia, decadencia pero con tanto color, mosaicos y azulejos preciosos que daba gusto dejarse perder por las calles del barrio alto, subir cuestas empinadas en busca de los miradores del castillo o sentarse a la sombra de unas escaleras huyendo de un sol que ni en verano. Y daba gusto darse una ducha y vestirse para la ocasión para ir a un coliseo dos recreios que ponía el cartel de no hay entradas para las dos actuaciones del genio francés en la capital portuguesa.

No es de extrañar que Yann Tiersen abarrote escenarios porque es tan extraordinario lo que hace ya sea con el piano, con la melódica o el violín, mandolina y acordeón. Es de otro planeta como engarza sus composiciones mezcladas con efectos sonoros de trenes que pasan a lo lejos, gaviotas que vuelan o bicicletas y susurros de voz. Todo es mágico en su música y el clamor es ensordecedor cuando suenan los primeros acordes de las archiconocidas obras de su catapulta a las estrellas que fue la película de Jean-Pierre Jeunet, Amelie.

Pues inevitable salir del teatro envuelto en un halo de melancolía, recorrer las calles en dirección al castillo e ir a cenar al bar con mejores vistas de la bahía. El chapito es algo más que un bar, es también una escuela de circo y un lugar para sorprenderse. Yo lo conocí solo de pasada la última vez que estuve en Lisboa y me prometí volver a disfrutarlo. Y ya te digo si lo disfruté. Al entrar nos recibió una chica con traje de arlequín en rojo y negro cuya chaqueta era una especie de frac y un bombín en la cabeza. Había reservado mesa y nos eligieron un lugar en la terraza con buenas vistas al mar, comimos buñuelos de bacalao riquísimos y una tosta de sardinas con pimientos rojos, exquisito. En la revista de espectáculos venía una actuación en el Bartô, un local anexo bajando unas escaleras al sótano, donde pudimos disfrutar de un estupendo concierto de Tangos del dúo azuliebe, una violinista portuguesa y un argentino que tocaba el bandoneón que hicieron aún más especial y bohemia la noche. Tocaron una sucesión de antiguos tangos buscando las raíces, desde los primeros de Piazzola a muchos anteriores, un lujazo estar allí en primera línea escuchando esa maravilla.

Si ya no era suficiente, cuando salía del local había una pareja practicando pasos de danza aérea sobre la pared vertical que da al patio del local. No pudimos evitar aplaudir una de las maniobras. y volver al hostal dando un paseo nocturno entre las calles donde se podía encontrar en cualquier esquina un mural o una intervención artística.

Todo un lujo de ciudad, todo un paraíso para el deleite de los sentidos.



viernes, 16 de septiembre de 2016

Fin de gira

Anoche la luna no quiso perderse el espectáculo, asomándose al balcón de la Plaza de las Ventas. Fue un auténtico placer ver que las gradas estaban llenas para ver un espectáculo donde la música clásica sí que cuenta. Pero también decir que no solo es música clásica, es Radiohead, Led zeppelín, Lola Flores y mi coterráneo Paco de Lucía.

Ara Malikian es todo eso y es más. Es humor, es espectáculo, es alimento para el alma. Y no es que Ara sea una estrella que brilla por sí sola, que lo es, sino que ha hecho girar a su alrededor los mejores satélites que podía tener. Sus escuderos son auténticas bestias escénicas, a su derecha Jorge y a su izquierda Humberto son las alas que hacen volar a Ara en el escenario. Por detrás la base armónica de la elegante Tania en el contrabajo y Cristina en el chelo. Y a la percusión por un lado Nantha Kumar que da unos matices y un color a la composición brillante, sobre todo en los ritmos “así con un rollito oriental” y el turco que cada día me sorprende más como hace hueco en el escenario para meter sus “juguetitos”.

Pero esta vez no ha sido sólo eso, sino que se ha traído su propia orquesta sinfónica llena de sus pupilos de la cuerda de la orquesta en el tejado así como una docena de vientos y un arpa que brilla sobre todo en el vals de Kairo. Esta canción la he oído en directo desde el día de su estreno en el teatro Apolo al menos una docena de veces. Me encanta. Y me encanta su significado. Creo que anoche fue la vez que más bonita la escuche, con los matices de percusión de Hector, el arpa, y esa docena de violines haciendo pizzicatos.

Y no es solo música, es el recordatorio viviente de que no estamos solos, a que hay problemas a los que no se puede volver la cara. Palabras de un sirio sobre su país, donde hay verdaderos y profundos problemas. Homenaje al pueblo armenio, del que procede su familia, ante el holocausto que sufrió hace 100 años y que pocos países se atreven a reconocer. Y un amor que profesa a la patria española a pesar de que durante catorce años de pisar los escenarios de toda España con propuestas nuevas y brillantes por la cultura no le hubieran dado la nacionalidad española.


Un concierto para abrir los ojos y dejar de mirarnos al ombligo.


viernes, 2 de septiembre de 2016

Autorretrato para encontrarse

Siempre de camino, hacia el fin de la tierra, hacia donde muere el sol, hacía ti, hacia el mar, hacia la certeza que sorprenda a mis dudas jugando a los dados con mi suerte.

Muchos disparates que te llevan a tragar tierra te hacen ver las cosas desde otra perspectiva, con ojos de hormiga y dientes de león y te saca alas de las heridas para volar de nuevo a un nido que se antoja angosto.

Mil veces entres en el laberinto de Cnossos y te enfrentes a tu alter ego astado temiendo romper el hilo de Ariadna que te ancle a los recuerdos de la infancia, al lugar donde fuiste feliz y al que no debieras volver. Pero el camino trazado no tiene puntos de no retorno, cada día hay un sendero exterior que rodea cada autovía, pero no hay horas en la vida para andar todos los caminos, una ojeada, un par de kilómetros y vuelve al hogar que se enfría la cena.

Hasta el día que te caes de tus propios sueños y te despiertas indignado porque alguien puso un cartel de fuera de servicio en el váter de tu consciencia. Y piensas que si fuéramos un poco más Sócrates y menos Julio César encontraríamos un cielo más blando en el que caer. Y hacer del miedo una escalera y del sueño un puente y de la interrupción un nuevo camino. Pero andar por las ramas es arriesgarse a que los cuervos se coman tus ojos y echarse a la mar a convertirse en pasto de los peces.

Y mientras tanto mis dudas siguen jugando a los dados con mi suerte.

miércoles, 6 de abril de 2016

Horror Vacui


¿Quién no ha sufrido alguna vez el miedo al folio en blanco? ¿A quién no se le ha quedado alguna vez la boca seca ante el silencio de una multitud? ¿Seguro qué nunca has tenido la sensación de que algo martilleaba tan insistentemente tu cabeza  que parecía correr el riesgo de salirse de su órbita? ¿De la pérdida inherente de algo? ¿O alguien? El vacío siempre trae a tu cama objetos absurdos, páginas a medio leer o burbujas de nada, porque sentir el vacío es sentir el frío manto gris de la piedra que nos vuelve inermes.

En la antesala del exilio se encuentran los recursos que siempre estuvieron ahí contigo, los que nacieron de tus primeros deseos y se irán a la tumba cosidos como tu propia sombra.

De estos vacíos nace entre tus manos la posibilidad de invocar el horror vacui, el llenar espacios, el cubrir huecos, la verborrea gráfica. No hay copas de más sino quizás de menos, no hay lágrimas de tristeza sino mordeduras de dolor o quién sabe si no son razones de más sino días de menos.

Cualquier camino es el buen camino hasta que no hay camino y toca de nuevo echarse a la mar. A veces hay tres caminos y una nube de moscas dispuestas a no colaborar. Los carteles son indicaciones hasta que la arena tapa la carretera y toca vadear el desierto de los anhelos, con frío, lluvia y escozor de tuétano.

Hagas lo que hagas, si miras al centro del abismo el horror vacui te dirá que sigas hacia adelante, hacia atrás, a la derecha o a la izquierda. Que sigas hacia donde sea, pero sigas. Que pararte es convertirte en estatua de sal y seguir es evitarle un disgusto al destino.


“Los días son para las nubes, las noches para las estrellas”