sábado, 13 de diciembre de 2014

Si una noche de invierno un viajero...


Hay manos que solo buscan trabajar para encontrar beneficios, pero hay otras, las menos, que guardan tesoros. Si encuentras un par de manos como estas en una tarde de lluvia olvida todo lo que tienes que hacer y deja que ellas te conduzcan por un largo camino de historias.

Puedes sentirte sólo o perdido en mitad de un cruce de caminos. Puede que pienses que en lo que te pasa nadie puede comprender lo que tratas de decir a los cuatro vientos. Puede incluso que te sientas remando contra la corriente de tus propios deseos, agotado, sin fuerzas, sin ganas de levantarte. Quizás te sientas fuera de lugar y lejos del epicentro de tu propia vida, de lo que los demás ven como tu propia vida. Puedes. Y sabes que tienes que... tienes que seguir adelante el camino recto, tienes que estar siempre ahí para quién lo necesite y no vale estar a medias o por horas, porque "tienes que"...
Y puede que un día digas o hayas dicho hasta aquí llegué... y te desinfles viendo una montaña de yolohago, de estopamañana y esocuandoestará... y en el ojo del huracán que lo vuelve todo rojo me sorprendo flotando dulcemente en un mar de calma, paseando sin rumbo dejando que un pequeño duende elija mis pasos hasta ir poco a poco encallando en el arrecife de mi pasado y empezar a disfrutar de un rostro amigo que te sonríe, unas manos queridas que te abrazan, una tarde de lluvia al calor de la estufa y ochenta y una velas por apagar.

Hoy aprendí una lección vital de filosofía. Cada uno tiene su tiempo y le llega a su tiempo. Mientras tanto, trata de comprender mejor a los demás, pero no en la tele ni en los bares ni en las ausencias, sino de soledad a soledad, para acabar comprendiendo mejor tus propios problemas.