jueves, 16 de octubre de 2014

Ese jardín llamado Devenir...

Somos fuego, el principio de todo, el movimiento perpetuo. Agitamos las llamas de rabia si nos avivan, somos capaces de calmar corazones con palabras tibias, de señalar el camino como fuegos fatuos y de fluir vivificadoramente hacia nuestra propia extinción. El Devenir es el reloj de oro que decide cuándo vamos a dejar de echar la leña al fuego que nos enciende y la única razón por la que debemos seguir ardiendo es para convertir esa transpiración en nuestra propia posteridad.

Sangri-La nos espera nostálgicamente escondida detrás del humo que levantamos con nuestras llamaradas. Hay que rasgarse las pieles y buscarse con atención hacia adentro como al que se le ha caído una moneda al suelo. Una vez atravesado el espejo de nuestras propias inseguridades, todo lo demás no es más que un simulacro eterno de senderos que no paran de bifurcarse. Hay que construir entonces esa utopía a base de pespuntes de recuerdo, de perspectivas de futuro y de asambleas continuas con tu ética y tu moral, un vasito de humildad cada ocho horas y una voluntad a prueba de miedos.

Ser utópico no te exime del sufrimiento, de hecho te prepara para él de una forma parecida al budismo, te hace sufrir hasta que la maqueta de tu ciudad ideal está levantada. A partir de ese momento la lucha por levantar los cimientos de tu verdadera Atlántida no va a dejar que veas nada más que trabajo, trabajo y más trabajo y al final del túnel que tú mismo has ideado verás la luz de tus ideas y saldrás al fin de la caverna que alguna vez menciono Platón.

Existen tantas Utopías como utópicos hay, y no podemos elogiar una mejor que la otra ya sea un castillo de papel en la cima de una montaña escarpada, una atlántida de chocolate en un vaso de leche cada mañana o una playa virgen a dos pasos de la civilización. Te corresponde a ti también ser el justo gobernador de tu utopía, no vale pensar que tus cercanos van a levantarla, gobernarla y ponerle nombre. No way. Es condenarse a la eterna ausencia de la completitud.

Los infelices duermen en el pozo ciego de sus propios miedos. Los utópicos construyen islas en un mar de posibilidades.