viernes, 15 de noviembre de 2013

El cristal a través del que mires


Al fin estas delante de la pecera. Durante años te has relamido pensando en el momento en que tus dueños salieran por la puerta y nadie vigilara las plateadas escamitas de tus deseos. Hoy es ese día. Subes al mueble sigilosamente husmeas con anhelo al aire como si tu objetivo se fuera a plantar delante de tus fauces y cuando te agazapas tras el jarrón para dar el golpe de suerte definitivo a tu vida… ¡zas! Te pegas contra el cristal. ¿Y ahora qué?

La vida es lucha, es perseguir peces río arriba, entrega total a tus deseos personales e intransferibles, sin acuse de recibo. La vida también es hacer caso a una única voz interior que te enseña susurrando el camino marcado. El problema viene cuando hay demasiado ruido externo y no puedes oír tu voz. Entonces andas el camino, sigues las pautas, haces feliz a las voces externas, pescas en aguas bajas, te conviertes en esclavo de tus metas y en el justo momento en que oyes una voz que te susurra cerca del oído te asustas, te tambaleas y ves grietas que se abren bajo tus pies…

No estamos hechos del material genético de nuestro entorno, cada uno es diferente, esa es la prueba de fuego, o de agua, donde buscar tu hueco, tu lugar, la forma de moverte, la forma en que expiras el humo de un cigarrillo, el cristal a través del que quieres ver las cosas. El azar no existe si has reflexionado suficientes posibilidades de que pasen cosas. Bien, me he pasado, no harías nada si reflexionaras cada opción. Pero, seamos honestos… ¿no es mejor pasarse la vida reflexionando sobre cómo te sientes en cada momento que obedeciendo órdenes?

El cambio te guía por el camino que no es físico, que no transcurre en ningún lugar, que no lleva por compañía más que tu mochila de los deseos, cuidado con los vicios disfrazados de deseo. No hay compañía, nadie te guía por las finas sendas del cambio, nadie debería terminantemente guiarte porque nadie ha estado ahí, en tu senda, en tu cambio, en tus cerca de cien billones de células, en tus cien mil millones de neuronas. Allí no llega nadie, y aquellas sustancias que llegan no llegan para nada bueno ya sean drogas, fármacos o palabras (si, las palabras mal usadas son peor que cualquier droga y mucho más demoledoras).
Una vez te has convertido en cambio estás preparado para lanzarte al devenir de la vida, al río caliente de lo social, lo cotidiano y lo abyecto. Pronto descubrirás que la vida no es para los más fuertes, ni los más preparado, o cultivados. La vida pertenece al cambio y por tanto el más apto es el que se adapta al cambio con menos asperezas. Puro darwinismo, también puro Ying, o Yang, y/ o ambos a la vez y porque al final la vida es la misma princesa vestida con diferentes trajes y tú eres el mismo microbio en oriente y en occidente así que como decía el bueno de Bruce Lee “esperar que la vida te trate bien porque seas buena persona es cómo esperar que un tigre no te ataque porque seas vegetariano”.

Eres pez en su pecera, eres gato tras cristal, eres zarpa, cola y ojos, eres bestia enjaulada fuera de su propia cárcel, eres pez en el estómago del gato y eres gato dios supremo, y supremo mentecato que ni come ni deja comer, eres una sombra de ti mismo en un mundo lleno de gigantes negros, peludos y brillantes… pero párate un momento, dale la vuelta al cristal y piensa que igual del otro lado tu eres el gigante y que tu pecera es un rincón calentito que los más gatunos añoran y que si quieren engancharte tendrán que bajar a las profundidades, donde tú te mueves, pues eso, como pez en el agua… No juzgues a un pez por no saber subir a un árbol, ni a un gato por tener miedo al agua, porque en ese caso te aconsejaría que dieras un par de vueltas sobre ti mismo y dejaras de olisquear tu mierda.