miércoles, 22 de mayo de 2013

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La identidad, ese angosto y obsesivo camino al autoconocimiento, a la búsqueda de uno mismo a través del reflejo que conforma todo tu contexto. Siempre he usado esa necesidad imperiosa de manifestarme en la búsqueda de la identidad del retratado dejando toda una serie de anzuelos y trampas a su alrededor que rápidamente lo llevaran al rincón oscuro de mi simbología mágico-lúdica.

Esta vez, esos pequeños bocetos de bar, esos trozos de cristal esmerilado, se han vuelto felizmente en mi contra y de las manos de otros han eclipsado mi mirada durante toda una noche, minados de sombreros, varitas, barbas, música y todo tipo de artilugios variados, formando un collage de dibujos, cariño y buenas intenciones, sin vencedores ni vencidos.

La grandeza de este pequeño juego es bien sencilla y maravillosa, ¿qué dibujo? Psicológicamente he descubierto tres grandes tipos de creadores. La  gran mayoría han tirado de espejo y han sacado las chisteras, un menor grupo ha optado por la técnica del cristal y se han retratado a ellos mismos como participes de mi contexto y han regalado su esencia y por último un minúsculo grupo que ha congelado un momento en su mente y lo ha plasmado en forma de chiste interior entre él y yo.

Cuando elegí hacer bellas artes también tenía una segunda opción, psicología. Con el tiempo no cambiaría la primera por la segunda, pero si la complemento cada vez más en el día a día. Y francamente esto ha sido, ad litteram, un estudio sociológico que me ha regalado mi contexto sin ningún tipo de desperdicio.

Por eso, lejos de comparar estilos o técnicas, hay auténticas grandezas en ese apartado, me he congratulado en ver el nivel de introspección del dibujante que es el tema que últimamente me fascina del arte. Todo esto no son más que ralladuras de limón del sorbete de mi mente para leer senderos invisibles entre líneas.