La última vez que el Disegnadortipo miró de soslayo al
caralibro había en él un rastro, como un caldillo marrón oscuro, que
regurgitando entre líneas le hizo reflexionar. ¿Qué necesidad había de exponer
públicamente y con alevosía, una sentencia negativa sin explicación de las
claves y pormenores del por qué y con el único feedback del descontento?
Simultáneamente cruzó su reflexión con cigarrillo. El primer
pensamiento cruzado hablaba de la búsqueda fácil del consuelo virtual, hoy en
día la palabra virtual viene ampliamente indicada a “no levantarse del sofá”, y
sin el sustento de la mirada amiga, del relaxing cup of café con leche y el
abrazo firme de despedida. ¿No puede convertirse ese mensaje en una huella
indeleble de negatividad para aquel que queriendo saber un poco más de ti,
un futuro jefe, un compañero cotilla, un viejo amigo que te añora, se encuentra
de pronto con un sello maligno, una cicatriz abierta que supura bilis y no
cierra en invierno y que no concierne a nadie más que a ti y a tus propios
pensamientos.
Y es en esto que el Disegnadortipo se levanta a media noche,
sobresaltado por una pesadilla de melanomas crujientes e ínfulas de domingo por
la tarde, enjugándose el sudor de su frente, no ganado por el bonito hábito de
hacer trabajo físico, acarició el pelo de su querida L. Herrada de Landsberg que
jugaba con un insecto palo en su Hortus
deliciarum y se levantó a echar un vistazo al mundo antes del Ocaso de las
Verdades donde tres huevos son dos pares. En su jaula retuiteaba un pájaro colgado
bacabajo y el ancho de banda dejaba pasar alegremente un kabyte de cada seis. A
la hora en que las chicharras despuntan con su canto el Disegnadortipo recordó
la impronta que encabezaría el sueño de esa noche: “Recuerda que internet es
una herramienta de futuro y no de presente… y después sesteó el resto de la tarde
con Herrada sacándole los hilillos de la camiseta.