martes, 27 de agosto de 2013

La vida más allá del péndulo...

Somos péndulos, somos lineales, somos simples. Viajamos a través del tiempo cuesta abajo y con paracaídas de amianto. A veces, tocamos fondo y a veces llegamos a nuestro culmen para comprobar que más arriba ya no hay nada y volvernos a dejar caer, a destrozarnos contra las rocas, a convertirnos en espuma y ser arrastrados por la galerna de nuevo hacia las nubes. Somos siluetas recortadas en una enorme bola de papel de fondo que no sabe  más allá de su pequeño artefacto péndulo que se mueve al inexorable tic tac de un gigante engranaje llamado universo.
Avanza, retrocede, sube y baja. Tan sencillo. Solo dejarse mecer. Pero esas siluetas tan parecidas a mí, a ti, a algunos más, no tenemos una naturaleza sencilla por suerte o por desgracia. Y nos convertimos en el timón que gobierna con guantelete de acero nuestra nave en busca de otros horizontes, otros siete mares a los que poner nombre u otras rocas en las que encallar.
En momentos cruciales nos damos cuenta que nuestro artefacto-nave-péndulo se frena y deja de marcar el tic tac del universo, en esos momentos en que el frío del glaciar se nos cuela hasta los huesos sin remedio y nos quedamos con la mirada pérdida hacia adentro. Esos minutos fatales nos vacían el alma, convirtiéndonos en una silueta de atrabiliario aspecto.
El único modo en que la vida tiene forma de arrancar ese estado de nonsense, de intemporalidad y de alejamiento de nosotros mismos no es ni más ni menos que la teoría del Caos. Una fuerza de empuje, un vistazo al abismo, un pacto con la locura. Son simples llamadas de atención energéticas con el fin de iniciar una nueva trayectoria con el motor del caos marcando líneas que nadan tienen que ver con el tiempo ni con la distancia. Es un deambular por las emociones más primarias hasta encontrar un cinturón de asteroides que vinculen tu trayectoria de nuevo a un punto Zero, a una nada amniótica, a un leve sendero de suave calima por donde andas descalzo y solitario.

De aquí en adelante, de nuevo, el desquiciante engranaje universal fija sus ojos en ti y se empeña en aferrarte a sus raíles lineales, tic tac tic tac y rápidamente los llena de compañeros de viaje sin rostro y te da la oportunidad, una vez más, y otra, y otra, de ir dibujando rostros familiares en sus caras de cartón piedra con olor a naftalina.


jueves, 15 de agosto de 2013

Un lugar en la Frontera

Digamos que la vida es un globo, un dirigible, un artefacto volador no identificado que no tiene más misión que volar y volar hasta caer el día menos pensado. Digamos que, si la vida es ese artefacto, está dirigida por un pequeño ser charlatán y avispado que conduce su timón y observa todo lo que acontece. Digamos que este pequeño observador llamado mente consciente, además de conducir y observar, se encarga de darle ordenes a un extraño ser enorme, sin forma definida y con la risa bobalicona de un niño de tres años. Supongamos que este ser extraño y sin forma tiene un plan para nosotros, traza nuestro próximo paso en una hoja en blanco, es capaz de leer la mente de sus interlocutores y escribe lo que más le llama la atención de lo que le dicta el conductor de tal manera que cuando el conductor le pregunta que hacer el enorme ser rebusca en su cesto de hojas y le enseña la solución a su problema, o el dibujo que hizo cuando pasaron por última vez por tal o cual lugar. Ese enorme, peludo y mágico personaje es mente subconsciente. Solo me falta decir que mente subconsciente es ciego, sordo y mudo, y solamente puede guiarse de lo que le dicta mente consciente. Seguramente te preguntarás cómo es posible que con semejante tripulación pueda ningún globo volar muy lejos.

Hay vidas longevas que se han conducido siempre bien, hay otras que se van consumiendo débilmente como la llama de una vela y otras que llegan a su ocaso en medio de una explosión de colores, también hay algunas que sólo quieren ver arder el mundo pero esas se consumen en su propia salsa picante. No es ni más ni menos que la forma de trabajar que tengan los pasajeros de tu globo, el que ve, oye y habla y el que siente, dibuja y piensa. Por estas sencillas razones considero que pasear por las paisajes de tu infancia, visitar y charlar alegremente con tu familia y/o releer un libro que ya leíste hace años son acciones que hace que mente consciente deje de buscar indicios de novedades y aventuras y se calle la boca un poco y deje a subconsciente trazar planes atrasados de una larga lista de etcéteras cómodamente sentado en la silla con almohadones de rayas que forman parte de un lugar en la Frontera o un jardín llamado infancia.