miércoles, 13 de junio de 2012

Inclinarse demasiado da dolor de espalda

En esta ocasión os quiero explicar en cinco pasos el romántico arte de hacerle reverencias al destino, porque si ante algo o alguien tenemos que inclinarnos, y dejarnos los riñones en el flexible arte de reverenciar, es ante las cosas intangibles. Porque de nada sirve inclinarse, de ninguna de las formas, ante la gente por tres sinceras y prácticas razones: 1) la gente humilde no valora una reverencia y la toma como un acto de alevosa imbecilidad. 2) La gente ambiciosa, aunque agradecida, la toma como un sorbo de café a media mañana sabiendo que después de comer tomará otro inevitablemente y pasará en alto cualquier tipo de agradecimiento posterior a la fecha de caducidad indicada en el giro de cadera. 3) La gente que quiere ser ambiciosa y no sabe, o no puede, elogiaran con grandes aspavientos semejante gesto de enaltecimiento y pedirá sus diezmos de ego, a partir de la fecha, día sí y día también hasta que en la más mínima falta olvide para siempre la gratitud que le fue entregada y/o corra a refugiarse bajo el ala de un enaltecedor mayor y, a ser posible, más joven.

El manual de malas prácticas del filósofo apostólico DisegnadorTipo dice así:

En primer lugar remóntese al alba, momento en que usted se calzó los pantalones por donde mejor le vino en gana y recuerde que el perímetro de su trasero era inferior o al menos óptimo para el desenvolvimiento de la actividad de inclinarse sin el peligro de rasgar los pespuntes que separan su ósculo del ajetreado, y nunca buen anfitrión, exterior.

Una vez constatado y subsanado este reconocimiento busque un buen lugar donde hacer uso de su bienintencionada reverencia, prescindiendo para esta tarea de la compañía humana y animal. Búsquese para este caso, a su elección, un buen altar de mármol blanco del Pentélico, un muro de las lamentaciones o una trinchera en mitad de un campo de tiro. El lugar elegido, sin duda, ayudará a crear un tipo de expectativas a su reverencia.

Llega pues, elegido el atuendo y el lugar, el momento del ejercicio puro y esfuerzo sobrehumano de tensar la espalda, flexionar levemente las piernas y lanzar su cabeza hacia adelante trazando un arco perfecto, que en ninguno de los casos estaría bien visto que alcanzara un angulo mayor al de 90 grados centígrados, por eso de la ebullición del líquido amniótico.

Si no fuera posible prescindir de la soledad suficiente para realizar su rito procure no hacerlo en dirección a personas de ego refinado por miedo a ser automáticamente reducido al rango de pisamierdas o criatura de pantano. Y sobre todo vigile la posibilidad de que el arco de su flexión no interfiera sobre el cuerpo de otra persona porque podría darse el caso de ser obsequiado con una letra escarlata en un abrir y cerrar de ojos.

El quinto, y último, paso al noble procedimiento de reverenciar es no esperar a cambio ningún tipo de dádiva o reconocimiento a su acción y procure levantarse y disimular el hecho con detalles del tipo "se me calló una moneda" o "investigaba el nivel de suciedad del suelo", silbe cualquier canción de moda y llore desconsoladamente al doblar la primera esquina de la calle.

Solo entonces sabrá el autentico regocijo para el alma que supone el noble acto de reverenciar por el mero placer de hacerlo de motu propio y no por obligación social.